“Es que a este niño le da todo igual”, “Es que ya ni con premios ni con castigos”, “No se interesan por nada”... son frases que sistemáticamente se repiten en las formaciones de boca de docentes y familias. La desmotivación que vive hoy en día gran parte de la infancia y de los jóvenes es una realidad, y es un aspecto que preocupa tanto a padres como a docentes.
¿Cómo llegamos a este punto de desidia y desinterés? ¿Qué elementos pueden estar influyendo?
La curiosidad es un elemento innato en el ser humano, cómo si no estaríamos hoy día donde estamos; y junto a esta curiosidad viene ligada la motivación y la emoción. La motivación, y me refiero con ésta a la motivación intrínseca, constituye uno de los dispositivos básicos del aprendizaje, junto con la sensopercepción, la atención, la memoria y la emoción.
Y es partiendo de la premisa anterior de donde podemos extraer reflexiones de por qué se produce la desmotivación de forma continuada y cada vez afecta a más niños y jóvenes.
Es mucha la información a la que tenemos alcance gracias a las tecnologías, información de todo tipo, información que requiere del desarrollo de un buen pensamiento crítico y reflexivo por parte de los lectores, ya que en su defecto, la aplicación de la misma puede ser realmente perjudicial.
Durante un tiempo han proliferado los artículos sobre la importancia de enseñar a los niños desde que nacen, que son esponjas en sus primeros años de vida, o aquellos en los que se promulga el uso de la motivación extrínseca como elementos de ayuda al proceso educativo (sistemas de puntos, premios, caritas, sillas de pensar…).
El error como oportunidad de aprendizaje
Si bien es cierto que la primera infancia es un período de una gran neuroplasticidad, no podemos obviar cómo debe producirse ese aprendizaje, el cual debiera ser ajustado a la etapa madurativa de los inquietos aprendices. Si algo es fundamental en este período de contacto del alumnado con la escuela es que estos forjen un concepto positivo del aprendizaje escolar, que asocien acudir a clase con un estímulo relacionado con la vía placer y de gratificación en el ser humano, pero no con la vía dolor; es decir, que las conexiones de neuronas, las primeras redes hebbianas que se forman fruto de estas tempranas experiencias no tracen un patrón de rechazo hacia el sistema educativo.
Y para ello es fundamental el uso del juego, del movimiento, de la música, los tiempos de trabajo libre, favorecer la imaginación, la creatividad, el contacto con el mundo natural al que pertenecemos, tener siempre muy presente que somos seres sociales, y lo que ello conlleva en el aula, y asociar el error como oportunidad de aprendizaje.
¿Cómo podría un alumno de primaria o secundaria realizar un comentario de texto crítico si no tiene un buen desarrollo de la imaginación, de la creatividad? Y el período óptimo para trabajar estos aspectos es durante los primeros años de vida.
¿Cómo puede llegar el alumnado a desarrollar un sano autoconcepto si no hemos trabajado los errores como oportunidades de aprendizaje? Un error tomado como oportunidad de aprendizaje promueve el desarrollo de los pensamientos causal, consecuencial, alternativo, de perspectiva y medio-fin, además de originar un sentimiento de capacitación en el que yerra: “Yo he cometido el error, yo puedo hacerlo de otra manera”.
Los premios y castigos nos dan un resultado a corto plazo, pero constituyen una manipulación de la conducta que a medio- largo plazo actúa en contra tanto del niño como de los adultos que los acompañamos
¿Cómo mantener la curiosidad si bombardeamos a los niños con actividades a las que no les encuentran sentido? La curiosidad es esa ventana a la atención ejecutiva, y recordemos, sin atención no puede haber aprendizaje. Pretender que los niños realicen fichas carentes de interés para ellos es ir contra la propia naturaleza del aprendizaje en el ser humano.
Premios y castigos
¿Cómo conseguir un respeto real por la individualidad de cada niño y por su proceso personal si usamos premios y castigos como herramientas educativas, centrándonos con ello exclusivamente en los resultados? Los premios y castigos nos dan un resultado a corto plazo, pero constituyen una manipulación de la conducta que a medio- largo plazo actúa en contra tanto del niño como de los adultos que los acompañamos.
La motivación extrínseca NO es un dispositivo básico del aprendizaje, y cuanto más la usemos, más difícil hacemos que cada niño halle su motivación intrínseca.
Al final nos encontramos con esa situación en la que el premio y el castigo se han convertido en moneda de cambio: ¿Qué tengo que hacer para librarme de los deberes? -no irás al fútbol- - Vale, lo compro, no voy al fútbol y no hago los deberes-. Esta asociación se sustenta en lo que durante años los niños y jóvenes observan: ¿Qué debo hacer para que me pongan una carita feliz? Compartir, realizar la tarea, no gritar… y yo pregunto ¿el objetivo del aprendizaje es que el niño obtenga la carita, el punto o el premio? Evidentemente no.
Termino este escrito tal y como comencé, haciendo un llamamiento al pensamiento reflexivo y crítico de los adultos, porque sólo con estos podremos percatarnos de la importancia de ajustar los estímulos provocadores del aprendizaje a los procesos naturales de los seres humanos, lo que sin duda, potenciará una mayor fluidez en la consecución de los objetivos educativos.
Macarena Soto es neurosicoeducadora, entrenadora en Disciplina Positiva/ Formación en Inteligencias Múltiples, Asperger, TDAH, AACC
Me ha gustado mucho el artículo. La falta de motivación del alumnado de AACCII en las escuelas es una asignatura pendiente.
Tu artículo es muy interesante. Ahora bien, cómo se revierte este proceso de motivación extrínseca? Pareciera un círculo vicioso y un camino sin salida (al menos a corto plazo).
Saludos desde Argentina
Está muy bien el artículo, pero realmente no nos explicas como podemos hacerlo. Como dice Horacio, como? La teoría es genial pero la práctica hace al maestro. Muchas gracias por el.artículo, respetuoso, y muy acertado