Adaptaciones curriculares y de materiales para una verdadera inclusión educativa
Para una inclusión real en el aula es necesario llevar a cabo ciertas adaptaciones. La pedagoga terapéutica Vanessa Montaner explica cómo hacerlo.

Para una inclusión real en el aula es necesario llevar a cabo ciertas adaptaciones. La pedagoga terapéutica Vanessa Montaner explica cómo hacerlo.
La legislación educativa vigente resalta la importancia de ofrecer una educación de calidad a todo tipo de alumnos. Para lograrlo, aparte de tener en los centros educativos profesionales comprometidos con la causa que trabajen en coordinación con las familias y la voluntad de los estudiantes que, también debemos saber despertar y mantener, necesitamos una serie de recursos materiales que nos permitan suplir necesidades muy diversas que surgirán durante el proceso educativo y así conseguir una verdadera inclusión educativa.
De hecho, la inclusión educativa queda recogida en la ley LOMCE (2013) donde se considera que “Involucra cambios y modificaciones en contenidos, aproximaciones, estructuras y estrategias, con una visión común que incluye a todos los niños del rango de edad apropiado y la convicción de que es la responsabilidad del sistema regular, educar a todos los niños”.
En este amplio grupo de alumnos, que necesitan unas medidas educativas diferentes para encontrarse plenamente insertos en dicho sistema, queremos centrar nuestra atención en aquellos que presentan discapacidades y, por ende, Necesidades Educativas Especiales, o, como preferimos denominarlas ‘Necesidades Educativas Personales’ (NEP). Entendemos que esta segunda nomenclatura hace mucha mejor referencia a que no hay dos discapacidades iguales, ya que una misma patología afectará a varias personas de forma diferente y en grado variable.
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Para conseguir una inclusión educativa real, es importante que el alumno con discapacidad se vea respaldado por el resto de la comunidad educativa a la hora de compensar las dificultades que ya tiene y las que le vayan surgiendo al enfrentarse a retos puntuales.
Asimismo, es prioritario que la gente que le rodea muestre el mayor grado de empatía posible con este alumnado, tanto para poner en marcha una adaptación como para que el discente en cuestión sea capaz de expresar su necesidad concreta, pues, como persona, debe ser agente activo de su proceso de aprendizaje: para ello debe implicarse en el mismo y, con el tiempo, esperar cada vez menos directrices del adulto.
Lo primero es que todos los aspectos que conciernen al proceso educativo de estos alumnos son adaptables y, para llevar a cabo estas adaptaciones, hemos de tender a la máxima normalización, es decir, a utilizar elementos normativos o cotidianos, siempre que sea viable para ese caso concreto. Si esto se consigue, cuando otro estudiante necesite usar ese objeto, podrá hacerlo volviéndose más difícil si se usa un artículo adaptado, lo cual se debe hacer cuando no exista otra opción.
Para realizar adaptaciones también se debe considerar el grado de significatividad de las mismas, es decir, el grado en el que afectan a los objetivos de la etapa, pues tienen que hacerse de menor a mayor significatividad, tratando de afectar lo mínimo posible a los objetivos, para que, al finalizar la etapa educativa, el alumno pueda obtener el título correspondiente. De lo contrario, aunque supere los objetivos estipulados en su Adaptación Curricular Individualizada, no alcanzará su titulación.
El hecho de que cada alumno tenga limitaciones y necesidades diferentes hace que un mismo recurso utilizado de la misma manera no resulte igual de eficaz para todos los alumnos que puedan ser susceptibles candidatos a su utilización. Hay que evaluar cada caso de forma individual, teniendo en cuenta que las decisiones que se tomen al respecto, serán siempre revisables (Martín, 2010). Esto significa que podrán variarse en función de la evolución que presente dicho alumno, buscando su mayor bienestar y la normalización más absoluta en su proceso educativo.
Se presenta a continuación una serie de recursos que demuestran que todo lo comentado se puede llevar a la práctica, aunque, por supuesto, existen muchos más y, para hacer las adaptaciones idóneas, se debe observar cada caso concreto.
Programas de reconocimiento de voz, como el Textaloud o el Dragon Naturally Speaking, por ejemplo: si bien tienen funciones muy útiles para discapacitados, si pensamos que estas personas raramente pueden estar solas y necesitan asistencia para abordar casi todas sus actividades, nos daremos cuenta de que estos programas también captarán las voces de los acompañantes, y por tanto, dificultarán a los estudiantes la realización correcta de sus trabajos.
Por la misma razón, los programas de control del ratón o del cursor con el movimiento del cuello o la cabeza tampoco son ideales.
1 Comentarios
Pues, si con todos esos recursos y más, si fuesen necesarios. Qué problema habría en cerrar los centro específicos.