Vivimos en una sociedad en la que, en todos los aspectos, hemos tenido que incorporar nuevas herramientas de trabajo a cualquier sector, herramientas y elementos que hace unos años desconocíamos o que, incluso, ni siquiera se habían inventado. Como en cualquier otro ámbito, el campo de la educación ha tenido que reinventarse y tanto los profesores como los centros educativos nos hemos visto con la necesidad de mantenernos a la vanguardia con el fin de poder preparar a nuestros alumnos, de la forma más eficaz, para el futuro profesional y personal que les espera.
Por ello, hemos llegado a un punto en el que tecnología y educación son palabras que, inevitablemente, parece que ya van de la mano. Ahora bien, ¿somos realmente conscientes de la importancia que una tiene sobre la otra?
¿Tecnología cotidiana o tecnología educativa?
Es importante que, por un lado, sepamos diferenciar esa parte de la tecnología que actualmente nos rodea y con la que convivimos en nuestra vida cotidiana de aquella tecnología que los especialistas podemos llevar a las aulas y que es la que nos genera un aprendizaje.
Sin duda alguna, la tecnología cobra un valor educativo cuando pasa por las manos de un profesor y éste genera una guía de aprendizaje. En este aspecto, es muy importante que tengamos en cuenta que la tecnología más innovadora no nos garantiza dar una buena clase, ya que esto siempre dependerá de cómo enfoquemos y diseñemos sus funciones. De hecho, muchas veces la tecnología o el recurso más sencillo pueden ser capaces de proyectar perfectamente nuestra idea en el aula y conseguir los resultados esperados con unas herramientas más sencillas. Por tanto, el papel del profesor es totalmente fundamental en esta nueva forma de aprender.
Nuevas líneas de aprendizaje
Además, la tecnología facilita la disponibilidad e inmediatez, nos permite estar conectados, pero también ofrece sorpresa, novedad, innovación y visión. Estos son factores que, unidos a los que ya tenemos y conseguimos de forma natural en el aula, nos ayudan a crear nuevas líneas de aprendizaje.
Dentro de estas nuevas líneas podemos encontrar valores y aspectos como la autonomía, las competencias o las relaciones, que se pueden conseguir con más fuerza gracias a la tecnología en el aula. ¿Significa esto que sin tecnología no somos capaces de ofrecer a los alumnos estas competencias?
Por supuesto que no, pero gracias al uso correcto de los recursos digitales, podemos encontrar nuevos caminos para que el alumno aprenda de forma más efectiva y rápida sobre estos tres pilares.
La tecnología nos permite generar curiosidad en clase y esto es un gran punto que juega a nuestro favor, las nuevas generaciones son grandes conocedoras de la tecnología, pero no saben aplicarla ni aprender con ella y es ahí donde el profesor tiene que aprovechar y convertirla en su mejor aliada.
Un recurso añadido
La idea de trabajar con dispositivos en el aula, como las tabletas, nos abre aún más el campo de la interacción, exploración y personalización de nuestras actividades y metodologías. No obstante, es muy importante tener en cuenta que se trata de un recurso más en clase, no de un sustitutivo, ni del papel, ni de los profesores, ni de los libros. Sin embargo, es necesario tener presente la gestión de estos recursos.
Un dispositivo conectado a Internet puede ser altamente beneficioso para enriquecer el contenido de nuestra asignatura, pero también puede ser muy disuasorio si el profesor no está bien formado para saber cómo gestionar, guiar y mediar en esta tarea.
Por tanto, ¿la tecnología es realmente beneficiosa para los niños? Por supuesto que sí, porque nos da la oportunidad de innovar en educación y hace que la experiencia del alumno sea maravillosa. Sobre todo, hace que su aprendizaje esté prácticamente garantizado.
Ahora bien, es fundamental que la tecnología se adapte a nuestras necesidades en el aula, a nuestra metodología de trabajo y nunca al revés. Uno de los principales objetivos de la tecnología educativa es trabajar sobre ese ‘canal’ que une al profesor con su alumno, mejorar esa línea de aprendizaje y llegar a los estudiantes de una manera más eficiente.
Con todo esto, debemos creer en un valor de cambio en la educación, usando la tecnología como un medio y no como un fin. La tecnología educativa viene a sumar en las aulas y nunca a sustituir. Por ello, debemos tener claro que el aprendizaje nace en el profesor y crece en el alumno, el cómo lo consigamos o el cómo lo cuidemos dependerá del docente y no del medio.