¿Alguien se imagina a Murillo dibujando a partir de la imagen facilitada por un dron? ¿O a Picasso interactuando con Inteligencia Artificial para acelerar el proceso de creación? ¿Qué os parecería proponerle a Artemisia Gentileshi que abra un perfil en alguna red social donde presentar y vender sus obras? ¿O sugerirle a Virginia Wolf subir sus novelas a alguna plataforma de podcast?
Las personas mencionadas han sido brillantes y excelentes profesionales. No obstante, ¿qué hubiera ocurrido si desarrollaran sus talentos en el mundo actual? A lo mejor, la mera ilusión de imaginarlos interactuando en nuestro contexto hace que nos sonriamos.
Pero, ¿qué pasa si hacemos estas preguntas u otra similares con respecto a los profesionales que están incorporándose en estos momentos al mercado laboral? ¿Sabrían interactuar con la Inteligencia Artificial? ¿Emplear nuevas tecnologías en el diseño de soluciones para su quehacer diario? ¿Manejar software para la colaboración virtual? ¿Integrar miembros de diferentes culturas en equipos de trabajo?
Las ‘soft skills’ en el mercado laboral
Todas estas capacidades son denominadas ‘soft skills’ (competencias blandas en sentido literal). También se las conoce como habilidades nucleares, habilidades sociales, clave o para la empleabilidad, características personales e, incluso, habilidades para la vida.
Uno de los mayores problemas que tenemos los docentes de cualquier nivel educativo con respecto a esta exigencia de formación es la dificultad para delimitar qué aspectos sociales deben entrenarse para una adecuada inserción laboral.
Por centrarnos, hace casi una década el ‘Institute for the Future’ elaboró un documento en el que se justificaban y enumeraban las habilidades sociales necesarias para trabajar en el año 2020, entre las que se encuentran la capacidad de dar sentido, la inteligencia social, el pensamiento adaptativo, la competencia intercultural, el pensamiento computacional, la alfabetización en nuevos medios, la transdisciplinariedad, la mentalidad de diseño, la gestión de la carga cognitiva y, por último, la colaboración virtual.
¿Se está entrenando a los futuros trabajadores?
A un año vista de la fecha propuesta, muchos docentes han incorporado estrategias que permiten el logro y entrenamiento de estas capacidades. Aunque en la mayoría de los casos la consecución de estas competencias se ha organizado como un ‘plan secreto’, ya que en los currículos no se reconocen explícitamente como un objetivo formal o, si se reconocen, es muy difícil su puesta en marcha sin una readaptación de los mismos.
Y esta situación de indefinición se está manejando en casi todos los niveles educativos. Por un lado, conviven prácticas asociadas a la asimilación de contenidos; y, por otro, tendencias que ponen el acento sobre las competencias. El equilibrio entre contenidos y habilidades es muy difícil sin un consenso entre los implicados.
¿De qué forma se está haciendo?
De momento, a la espera de una normativa estable y un consenso social sobre lo que puede adquirirse o no en los centros educativos, contamos con tres importantes herramientas para alcanzar dicho equilibrio:
1) La incorporación de nuevas metodologías y herramientas didácticas.
2) El establecimiento de modelos de enseñanza-aprendizaje que combinen la tecnología.
3) La necesaria personalización del proceso de enseñanza-aprendizaje.
El objetivo en última instancia sería el planteamiento de un escenario formativo que permita simular y experimentar con antelación posibles contextos futuros; reconociendo, no obstante, la dificultad que dicho ejercicio de abstracción conlleva.
Algunas ideas
En un ejercicio de agrupamiento de iniciativas que nos permite estos entornos formativos dirigidos al desarrollo de dichas habilidades, podemos destacar las siguientes tendencias:
1. Dar un nuevo uso a elementos conocidos. Por ejemplo, mediante el rediseño de juegos y otros recursos en pro de la comprensión y asimilación simultánea de contenidos y habilidades.
2. Realizar actividades manuales. El empleo de materiales como tijeras, rotuladores, papel, pinturas, sprays… es un reto increíble e inspirador, tanto para el propio alumnado como para el profesorado que descubre nuevas facetas en el mismo.
3. Utilizar otros soportes y/o canales. Los cuadernos de equipo digitales o no, tableros en la nube, redes sociales, ventanas, techos … La toma del espacio (real o virtual) como elemento de aprendizaje es muy potente. Desde la apertura de debates en Internet, la elaboración de soportes con materiales reciclados, los cambios en el mobiliario, el empleo de redes para compartir material…
4. Trabajar en varios niveles. Las clases no lineales permiten que cada estudiante y/o equipo trabaje sobre lo que en ese momento necesita. Esto requiere la autonomía y responsabilidad por parte del alumnado y la confianza del docente.
5. Preguntar cómo se quiere aprender. Los contenidos, el horario asignado o las sinergias dentro de los grupos permiten plantear varias alternativas de enseñanza-aprendizaje. Facilitar diferentes formatos para su elección engancha al alumnado con su propia evolución.
6. Elaborar contenidos. Se trata de convertir al alumnado en creador de contenidos, más allá de un mero consumidor del mismo. En este apartado, el lenguaje audiovisual emerge como herramienta imprescindible. Contar historias ha sido una característica inherente a nuestra especie, hacerlo con los recursos que actualmente tenemos a nuestra disposición es vital de cara a nuestros futuros profesionales.
7. Facilitar la evaluación y compartir el rol evaluador. Permite que el alumnado y el profesorado participen en las metas y los esfuerzos para su logro. La evaluación es una actividad con un alto valor añadido para ambos partes.
8. Combinar asignaturas, módulos, grupos o niveles. Se consigue la permeabilidad entre los nodos de aprendizaje, permitiendo que afloren las grandes cuestiones que siempre han preocupado al hombre y facilitando el debate y la reflexión.
9. Incorporar el arte y las tecnologías. Hace visible un nuevo lenguaje acorde a la realidad social del momento.