Después de tantas semanas encerrados en casa, nos dicen que podemos salir. Una gran mayoría se lanza a por la chaqueta y sale pitando. Vemos niños y niñas felices con sus patinetes o bicicletas paseando con sus familias. Los adolescentes nos suplican que les dejemos estar con sus amigos. Les damos instrucciones: una mascarilla, su botella de gel y ¡hala, a la calle! No hace falta que les animemos. Su cerebro les pide aventuras, estar con los amigos y riesgo. El escenario es perfecto.
Pero, para todos, no es igual. Algunos niños no quieren salir. Durante un largo periodo de tiempo se han sentido a salvo, protegidos y muy muy acompañados. Al comienzo del confinamiento, les habíamos explicado por qué teníamos que quedarnos en casa, lo importante que era escapar del coronavirus y mantenernos sanos. Hemos permitido que escucharan las noticias y estuvieran al tanto de cifras sobre infectados y fallecidos.
Algunos de ellos, incluso, han perdido a sus abuelos durante este confinamiento. No han podido despedirse. Sin querer, hemos alimentado su miedo a lo que ocurría fuera, en la calle, mientras estaban a gusto, cobijados en su hogar y recibiendo toda nuestra atención. Y ahora les pedimos que salgan. De la noche a la mañana reciben la noticia de que se puede salir y de que pronto todo volverá a la normalidad.
El ‘síndrome de la cabaña’: ¿quién puede padecerlo?
Entonces, ante este cambio repentino aparece el miedo, la ansiedad, la pereza, la apatía… ¿Por qué? ¿Cómo ha pasado eso? El llamado ‘síndrome de la cabaña’ puede darnos algunas pistas. Me refiero al estado emocional en el cual algunas personas comienzan a sentir ansiedad y temor tras largos periodos de encierro cuando son ‘liberadas’. Aunque no es un trastorno psicológico y tanto la Organización Mundial de la Salud como la Asociación de Psiquiatría Americana no lo clasifican bajo dicha categoría, ahora se ha puesto muy de moda para explicar la negativa de muchas personas a salir a la calle.
¿Quién puede sufrirlo? Por una parte, aquellos niños que han disfrutado de sus padres durante el confinamiento, debido al teletrabajo o la imposibilidad de acudir a sus puestos de trabajo. Muchos niños han pasado de verlos apenas una o dos horas al día, a pasar prácticamente el 100% del tiempo con ellos. Desde que se despertaban hasta que se acostaban, su padre, su madre o ambos, estaban presentes. Las obligaciones escolares se volvieron más laxas y se acabó el estrés de cabalgar de extraescolar en extraescolar. ¡Qué alivio!
Y, cuando ya lo han asimilado, están acomodados y se sienten visibles a los ojos de sus padres, resulta que les decimos que papá y mamá vuelven a trabajar. Que se quedarán con la ‘canguro’, después a Inglés, a tenis, a patinaje, a clases de refuerzo… luego deberes, ducha, a la cama y ¡otra vez a empezar!
"Los niños y adolescentes necesitan equiparse con una serie de fortalezas que les posibiliten una mente equilibrada y saludable"
Para ellos se reinicia la carrera de obstáculos en la que habíamos convertido su vida. Esa carrera que les somete a dinámicas propias del mundo de los adultos, sin dejarles tiempo para tomar conciencia de lo que está pasando por su vida. ¿Quién querría salir de la ‘cabaña’ en esas condiciones, sabiendo, además, que hay un bicho ahí fuera con el que cualquiera nos puede contagiar y morirnos?
Otro colectivo vulnerable al ‘síndrome de la cabaña’ son los niños y adolescentes que tienen problemas de socialización o han sido víctimas de bullying. Estos podrían estar encantados con la situación. Para ellos, el confinamiento les salvó de una situación complicada y pensar en salir de su zona de confort puede resultarles realmente estresante. Es muy normal que puedan surgir sentimientos de inseguridad o incertidumbre ante la vuelta al cole y a la vida social. Esto puede llevar a que asocien la calle a peligro y perciban su casa como el único lugar seguro, de forma que pensar en salir les genera un miedo incapacitante. Tras tantas semanas de confinamiento, su cerebro se ha habituado a la seguridad del hogar.
Por otra parte, los niños cuyos padres han estado trabajando en primera línea contra la Covid-19, como los sanitarios o los cuerpos de seguridad… han vivido de manera muy directa las consecuencias de esta pandemia y pueden estar muy sensibilizados y sugestionados con el peligro de infección que hay fuera de casa.
¿Cómo podemos ayudarlos a salir de la ‘cabaña’?
Hay varias cosas que podemos hacer para facilitar a los niños y adolescentes esta salida. Por un lado, tenemos el confort, la seguridad y la tranquilidad de las actividades en casa; por otro, la ansiedad, la evitación y la irritabilidad por el mero hecho de pensar en salir a la calle o retomar la vida que tenían antes del confinamiento.
"Los niños que tienen problemas de socialización o han sido víctimas de bullying son vulnerables a este síndrome. Pensar en salir de su zona de confort puede resultarles realmente estresante"
Imaginemos un juego: dos tarros de cristal. En uno, vamos a escribir esas emociones, sentimientos o pensamientos u otros que se nos ocurran y vamos a agitarlas bien. A su lado, en el segundo bote, vamos a meter cuatro papelitos: uno con la palabra ‘casa’, otro con la palabra ‘calle’, otro con ‘casa y calle’ juntos y otro que ponga ‘en ningún sitio’. Después iremos sacando alternativamente de un bote y otro, emparejando cada emoción o sentimiento con una de las opciones de los lugares. Se puede hacer muchas veces anotándolo en una libreta. El objetivo es que el niño o adolescente pueda darse cuenta de que cualquier emoción o sentimiento puede surgir indistintamente en casa, en la calle, en ambos sitios o en ninguno. Que el lugar no es el dato significativo, y que la elección de optar por una u otra emoción o sentimiento es cosa nuestra. Depende de nosotros.
A partir de ahí, os propongo: ayudarles a diferenciar entre aquello que está bajo nuestro control y aquello que no lo está. De esta forma, estaremos enseñándoles a aceptar las circunstancias y a confiar en la vida habituándose, poco a poco, a hacer lo que está en su mano. En este caso, respetar y seguir los protocolos estipulados por las autoridades sanitarias, pues esto, les proporcionará cierta sensación de seguridad.
Otra opción es facilitar el contacto con la naturaleza. Que los niños puedan disfrutar del sol en la piel, llevarlos al campo, al mar.... Si asociamos la salida, que nos agobia, con una consecuencia de placer (dentro de las posibilidades existentes) es algo más fácil que repitamos la experiencia al día siguiente.
También es importante dejar siempre abierto el hilo de comunicación con nuestros hijos. No dudar en preguntarles directamente por qué no quieren salir. Hacer esto puede darnos mucha información sobre lo qué les inquieta y poder actuar en consecuencia.
Asimismo, podemos percibir si hubiera algún motivo oculto que nos podría estar escapando. Para esto último, ayuda observar su comportamiento, cómo se organiza en casa, con quién habla en sus redes sociales, cómo se comporta con nosotros, qué piensa de él o ella misma, cómo cree que lo ven los demás, qué opinión tienen de él o ella... Es muy importante detectar sus carencias sociales y comunicativas, por si estuvieran detrás de su negación a la vuelta a la normalidad y ofrecerle herramientas y recursos que suplan sus pocas habilidades sociales (si fuera el caso).
Quizá pueda ser un poco arriesgado lanzar a un niño o joven, sin recursos emocionales, de nuevo a la calle después de un periodo de confinamiento. Por eso es muy útil trabajar con ellos las fortalezas personales, haciendo hincapié en la valentía, el autocontrol, la vitalidad, la gratitud, el sentido del humor, la capacidad de perdonar y la prudencia. Así, podemos ayudarles a abrir los ojos para que vean las situaciones desde otra perspectiva. Igual que un profesional sanitario necesita estar bien equipado con un EPI completo y de buena calidad para realizar su trabajo a salvo y con seguridad, los niños y adolescentes necesitan equiparse con una serie de fortalezas, que les posibiliten una mente equilibrada y saludable, y que se conviertan en sus aliadas en cualquier circunstancia de la vida.
Salir de la ‘cabaña’ puede convertirse en un desafío y puede exigir una puesta a punto previa. Conviene no procrastinar esta vez y preparar a nuestros jóvenes para que confíen en sus posibilidades, tengan apertura mental y sobre todo que sean conscientes de que en esta vida nada es permanente. Ni lo bueno, ni lo malo.
Artículo muy interesante y práctico. Gracias por explicar tan bien esta situación y por proponer soluciónes prácticas al problema de este miedo. El ejercicio de la botella me ha parecido muy sencillo de hacer y claro, lo probaré.
hola soy mama de david quintero de 503 JM Y me parece excelente aprendizaje aveces nos encerramos en la cabaña y hacemos un terror sin acordarnos que nuestros hijos están ahí mil gracias por tan bella reflexión y aprendizaje para nuestro hogar.
Hola, mi nombre es Beatriz, soy médico al igual que mi esposo, que por demás es Intensivista y trabajó en zona roja, nuestra nena de 5 años cuando empezo todo en marzo/20 en Cuba ha sufrido la pandemia en casa. Este verano nos enfermamos mis padres y yo con COVID, ella se quedó en casa resguardada con papá y yo estuve casi 2 meses alejada de ella con mi madre muy grave, un tío falleció en ese mismo tiempo. Ayer tenía q regresar a clases presenciales y después de estar ya vestida, lista en la puerta esperando tuvo muchas manifestaciones gastrointestinales q incluían diarreas q no le daba tiempo a llegar al baño, así 4 veces en menos de 10 minutos, se orinó encima, así por supuesto no la llevé. Hoy pasó algo parecido, se hizo una vez encima y llevo vomitó, evidentemente nuestra nena está padeciendo este síndrome de la cabaña, gracias, cuando leí el artículo entendí muchas cosas aunque ya lo sospechábamos. Gracias!