A pesar de ser periodista, me resistí un poco al principio. Pero al final caí rendido ante las enormes posibilidades de las redes sociales. Primero fue Facebook, después Twitter y LinkedIn y, con el tiempo, me he convertido en un verdadero entusiasta, especialmente por sus ventajas para buscar información, estar al día de la actualidad o conocer opiniones variadas sobre todo tipo de temas. Desde entonces, el uso que realizo de las redes no ha dejado de crecer, más aún con la llegada de Instagram. Sin embargo, percibo con tristeza que donde antes había debate y reflexión ahora hay exabruptos y búsqueda de la descalificación rápida y sin argumentación.
El tono crispado que vive la política actual se ha trasladado al resto de sectores y el educativo no podía ser menos. El discurso simplón y homogéneo en el que todo se reduce a un tema de bandos, de estar conmigo o contra mí, impide cualquier posibilidad de establecer un debate enriquecedor en el que se pueda aprender incluso de los argumentos de quien piensa diferente. La empatía y el interés de llegar a puntos de encuentro que deben caracterizar a una sociedad democrática comienzan a brillar por su ausencia.
Como comentaba recientemente en un tweet David Álvarez: “¿Cuándo dejó Twitter de ser un espacio donde debatir, aprender y compartir recursos para transformarse en una ciénaga de insultos, fake news, trolls y fandoms desquiciados?”. No puedo estar más de acuerdo con él. Hace unos días, Cristian Olivé (@xtianolive) tuvo que bloquear a varios usuarios por los comentarios poco gratificantes que hicieron sobre su forma de dar clase o su último libro: “Uso las redes sociales para aprender; no para tener que soportar comentarios que están a años luz de la educación que defiendo. Por favor, dejad de seguirme si os ofende mi trabajo”, publicó. ¿Por qué un docente y profesional tan entusiasta y admirado tiene que soportar esta situación?
Al igual que en la vida real enseñamos a nuestros hijos y alumnos a reflexionar y debatir sus ideas respetando las del resto, las redes sociales también deberían ser un fiel reflejo de ello. El supuesto anonimato no puede servir de excusa ni escudo para insultar a quien piensa de forma distinta. Una sociedad en la que no se respetan todas las ideas es una sociedad podrida y condenada a la barbarie. Por favor, no dejemos que eso suceda. La educación, como siempre, es la clave para evitarlo.
Este editorial, escrito por Javier Palazón, director de EDUCACIÓN 3.0, forma parte del nº 37 de la revista impresa. Para recibir la revista puedes suscribirte como centro o como particular desde nuestra tienda online.
En este vídeo podéis ver un avance de algunos de los contenidos publicados en el nº 37, correspondiente a febrero-abril 2020.