Por suerte, los patios escolares han evolucionado. Ya no son solo una pista con varios estudiantes jugando a la pelota en el centro y el resto de sus compañeros alrededor. Ahora, los centros apuestan por patios más naturales con tierra y vegetación, lo que está muy bien siempre y cuando se ponga el foco principal en la inclusión. Para ello, hay que garantizar que estos espacios sean accesibles para todos, teniendo en cuenta al alumnado con movilidad reducida y opciones de juego para todas las edades y capacidades (tanto físicas como sensitivas y cognitivas). Veamos qué deben tener los patios escolares para garantizar la inclusión de todos los estudiantes.
Con elementos sensoriales y de comunicación
Es necesario contar con paneles lúdicos o musicales que reproduzcan sonidos y colores. También carruseles o balancines a los que acceder en una silla de ruedas o un caminador para disfrutar de la experiencia. Sin olvidar las camas elásticas en las que sentir vértigo, mesas de experimentación o con arena para practicar juegos manipulativos y los columpios (de varias clases) para sentir la brisa del viento en la cara. Por ejemplo, los de tipo ‘nido’ son ideales para los juegos en grupo, mientras que los que tienen arnés están pensados para los estudiantes con dificultad en el control del tronco.
Tampoco podemos olvidarnos de los columpios ‘padre-hijo’ para que interactúen mientras se montan ni de los llamados columpios ‘plataforma’ que permiten que los estudiantes desde su silla de ruedas se balanceen.
Por otro lado, resulta esencial que estos parques inclusivos cuenten con sistemas de comunicación como el braille y los pictogramas, además de guías podotáctiles, contrastes cromáticos y texturas de sistema de aviso sensorial para favorecer la orientación espacial.
Inclusión no solo dentro de la escuela
Sin embargo, la realidad es que las escuelas en general no están preparadas para acoger la diversidad. Con la llegada de un estudiantes que posee necesidades específicas se ponen en evidencia las barreras (en especial las arquitectónicas) invisibles hasta el momento y, en el mejor de los casos, se actúa para buscar soluciones. Pero igual que este alumnado debe jugar en el colegio, debería hacerlo también en la calle. La realidad ‘nos dice’ que la mayoría de las familias que tienen hijos con algún tipo de discapacidad se encuentra con que sus opciones de ocio inclusivo son limitadas. Y es ahí donde entra la buena voluntad de los ayuntamientos para hacerlo posible.
Algo tan sencillo como la instalación de varios de los elementos que he mencionado anteriormente en los parques públicos de las ciudades sería suficiente para que todos los niños independientemente de sus capacidades disfruten de su derecho a jugar en los parques. Como decía Francesco Tonucci: ‘Todos los aprendizajes más importantes de la vida se hacen jugando’.