Cuando nacemos empezamos a interactuar con aquellos que nos dan cabida en su círculo más íntimo, los que nos ofrecen apego, cuidados y satisfacen nuestras primeras necesidades. Todo ello se da en un universo de no mucho más de 10 personas, un pequeño círculo de afecto y seguridad: la familia.
A medida que vamos creciendo, ese círculo de interacciones humanas también aumenta y con él llegan las escuelas infantiles, los parques, el paso a Primaria, las actividades extraescolares… El número de personas con las que entramos en contacto, la duración temporal de los mismos y los contenidos que abordamos con ellos también van aumentando y se van volviendo más complejos, del mismo modo que nuestra capacidad para gestionarlos se va desarrollando. No obstante, si vinculamos demasiado pronto nuestra identidad a su proyección virtual en una red social, el número de nuestros contactos se multiplicará exponencialmente por el número de contactos que tienen los contactos de nuestros contactos. Ese día, el nuevo universo social disparará las interacciones de los jóvenes sin límites de tiempo, sin control de contenidos y, sobre todo, sin estar preparados para ello.
El impacto de las redes sociales en los jóvenes
En España, un estudio del Instituto Nacional de Estadística (INE) revela que el 70% de los niños de entre 10 y 15 años ya tiene su propio teléfono móvil y acceso a redes sociales. El manejo de la pantalla resulta instintivo para una generación digital que arrastraba en diagonal sus dedos sobre las páginas de los cuentos infantiles con el objetivo de ampliar las imágenes. Pero una cosa es saber manejar la pantalla y otra muy distinta comprender los efectos que puede tener para los jóvenes lo que están viendo a través de ella.
A nivel neurológico, estudios realizados por la Universidad de Harvard han demostrado que las notificaciones y el refuerzo positivo en redes sociales activan el sistema de recompensa del cerebro, liberando dopamina, una sustancia química asociada al placer. Esto puede llevar a un círculo de dependencia, donde los usuarios buscan constantemente validación social y que puede derivar en adicción.
Desde la visión adulta de los progenitores, esa red social es considerada un entretenimiento que evade temporalmente a sus hijos de la realidad y que les sirve para no desvincularse de quienes ellos creen que están detrás de esos perfiles: sus compañeros de clase y amigos del barrio. Pero para los menores que están en esas redes, lo real y lo virtual no se distingue y, casi en sentido contrario, las experiencias reales que viven, como ir al cine o de viaje con tus padres, se instrumentalizan en meros contenidos cuyo verdadero fin es conseguir tener algo interesante que compartir públicamente.
El problema de su uso
Según un informe de Common Sense Media, el 62% de los adolescentes afirma que pasa más de 4 horas diarias en redes sociales, y el 35% admite sentir ansiedad si no puede acceder a ellas. Por ejemplo, una cena familiar puede convertirse en un estresor si alguna conversación se alarga y les obliga a estar desconectados demasiado tiempo. Por otro lado, la luz azul emitida por los dispositivos electrónicos reduce la producción de melatonina, una hormona clave para conciliar el sueño, según datos del National Sleep Foundation. Esto explica por qué muchos adolescentes sufren insomnio crónico, lo que impacta en su rendimiento académico y bienestar emocional. Así, el uso excesivo de redes sociales limita el descanso e interfiere de día en la concentración y el aprendizaje. Según la investigadora Jean Twenge, autora del libro iGen, los adolescentes que pasan más de 5 horas al día en redes tienen el doble de probabilidades de mostrar síntomas relacionados con trastornos de atención.
Todas estas cuestiones han llevado a países como Finlandia y Suecia a eliminar gradualmente el uso de dispositivos digitales en el aula para regresar al aprendizaje tradicional con libros de papel. Mientras tanto, en Australia, el Gobierno ha impuesto restricciones estrictas que prohíben el uso de redes sociales a menores de 16 años para proteger su salud mental y emocional.
Salud mental
Otra problemática relacionada con las redes sociales es la exposición continuada en las mismas. Aunque los cuerpos de los menores todavía no se han desarrollado al completo, ven como su aspecto físico ya está siendo evaluado y comparado. Y es que no sólo los demás opinarán públicamente sobre su aspecto, también será el propio joven el que comparará lo que refleja el espejo con lo que ve en la pantalla. Según estudios del Journal of the American Medical Association (JAMA), el uso prolongado de redes sociales está vinculado a un mayor riesgo de depresión y ansiedad en adolescentes.
La constante comparación social que fomentan plataformas como Instagram o TikTok puede generar sentimientos de insatisfacción personal y problemas de autoestima. Por ello, se debe regular el uso de los filtros de imagen que generan patrones digitales de belleza incompatibles con la propia estructura biológica de los cuerpos y más aún en edades de desarrollo. Para todo ello, los expertos dan recomendaciones muy concretas: cero pantallas antes de los 6 años, ninguna red social antes de los 16 y no más de dos horas al día en menores de 18 años.
En definitiva, con la Navidad tan cerca, muchos menores pedirán a Papá Noel y a los Reyes Magos regalos considerados ‘peligrosos’ como metralletas, espadas, coches de fórmula 1… Ojalá con los teléfonos móviles también se cuestione el criterio de quien pide tener, demasiado pronto, cosas que no sabe usar y pueden hacerle daño.