Empecemos con un repaso por cómo ha evolucionado la Educación Especial en nuestro país. Hace muchos años, allá por la década de los 40 del siglo pasado, se daba la exclusión de los niños con necesidades educativas especiales. No tenían centros a los que acudir. Luego, llegaron los 60 y los 70: aparecieron los centros de educación especial y con ellos la segregación porque estos estudiantes podían acudir a un centro, pero no a uno ordinario.
En los años 90, aquellos con determinadas características ya podían estar en los centros ordinarios pasando, eso sí, por el Dictamen de Escolarización. Se trataba de una evaluación que hacían los orientadores con tan solo ver al niño unas tres o cuatro veces, y en su mano estaba la potestad de decidir si podía ir a un centro ordinario, específico o recibir una educación combinada. Fue la época de la integración donde estos estudiantes podían estar escolarizados en centros ordinarios e integrarse en el sistema educativo, recibiendo clases de apoyo y de refuerzo fuera de este entorno.
El siglo de la inclusión
Y por fin llegó el año 2000, el siglo de la inclusión: esa palabra que la UNESCO define como “el proceso de identificar y responder a la diversidad de las necesidades de todos los estudiantes a través de la mayor participación en el aprendizaje, las culturas y las comunidades, y reduciendo la exclusión en la educación”. Según su explicación, además, involucra cambios y modificaciones en contenidos, aproximaciones, estructuras y estrategias, con una visión común que incluye a todos los niños del rango de edad apropiado y con la convicción de que es responsabilidad del sistema educar a todos ellos.
Pese a ello, todo evidencia su inexistencia en la actualidad. Sí, hemos avanzado, pero nos hemos quedado en la integración: el alumnado con necesidades educativas específicas está en los centros ordinarios, pero pasa demasiadas horas fuera del aula de referencia en la que están el resto de sus compañeros. ¡Hay que cambiar la metodología!
Hacia una inclusión real
Un alumno no puede aprender en un régimen de estudios anticuado: el mundo ha cambiado y todo evoluciona menos la escuela. Hablamos de metodologías activas pero, ¿quién las aplica?. Además, tenemos un currículo abierto y flexible, aunque no lo parezca, y se debería evaluar según el nivel de cada uno porque no todos aprenden igual ni de la misma manera. Hasta que eso no cambie, no existirá la inclusión.
Por otro lado, los centros de educación especial tal y como se conciben son para casos muy específicos como, por ejemplo, alumnos muy afectados que necesitan atenciones que no existen en un centro ordinario. Excepto en este último supuesto, todos los niños tiene derecho a estar en un centro ordinario incluido.
En definitiva, todos tenemos un talento y somos únicos. Hagamos que la inclusión sea cien por cien real.
Pilu Hernández Dopico es maestra de Educación Especial especializada en Audición y Lenguaje, y creadora del espacio El Pupitre de Pilu.