¿Es el centro escolar un lugar seguro con las medidas aplicadas hasta ahora?

El pediatra y epidemiólogo Quique Bassat repasa las medidas acordadas para evitar la propagación de la Covid-19 en los centros educativos y analiza cómo serán eficaces.

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Abren las puertas las últimas escuelas del territorio que todavía no habían dado por iniciado el curso escolar 2020-21, después de más de 6 meses de inactividad presencial, lo que quizás lo convierte en el curso más atípico e incierto en la historia de nuestra democracia. Los más de 30.000 centros escolares públicos y privados que hay en nuestro país acogen a más de 8 millones de escolares de todas las edades. Y, por tanto, surgen dos grandes preguntas: si el centro escolar serán un entorno seguro para la salud individual de nuestros hijos, y si éstas están suficientemente preparadas. 

Desde el punto de vista sanitario, sabemos ahora ya con certeza, que la enfermedad causada por el SARS-CoV-2 en los niños es mucho más leve, y que a menudo pasa desapercibida. Nadie es inmune a este virus, aunque a nivel poblacional, el riesgo que asumimos reabriendo las escuelas para con nuestros hijos es bajo, y ciertamente asumible. Otra cosa es el riesgo colectivo, donde es fundamental evitar que las escuelas actúen como fuelle potenciador de la transmisión comunitaria. Para que esto no pase, es fundamental no descuidar la implementación estricta de medidas de prevención. ¿Pero cuán realista es esto en el entorno escolar?

Medidas higiénicas y hábitos saludables

Con la vuelta al cole, se han multiplicado las comunicaciones sobre qué debe hacerse y qué no, y se han desplegado multiplicidad de recomendaciones que desde un punto de vista de la salud pública tienen mucho sentido, pero que no vienen acompañadas de libreto de instrucciones, ni de herramientas para facilitar su ejecución. 

El conjunto de medidas inicialmente propuesto, una combinación de medidas higiénicas, distancia física, uso constante de mascarillas, ventilación de espacios cerrados, promoción de las actividades al aire libre y prevención de la entrada de niños (y adultos) enfermos a las aulas, es ciertamente suficiente para prevenir la transmisión intraescolar. Sin embargo, cada una de estas medidas individuales tiene sus limitaciones. Por ejemplo, mientras el clima acompañe, será fácil mantener ventanas y puertas abiertas, o realizar clases enteras al aire libre; pero la llegada del frío dificultará estas prácticas. Dicho esto, la historia de la medicina ha demostrado, sin embargo, que el frío y el mal tiempo no son suficientes barreras. Las imágenes de estudiantes abrigados en Nueva York para evitar la propagación de la poliomielitis o en la Europa de entreguerras intentando contener la tuberculosis así lo demuestran. No es ideal, pero es ciertamente factible.

Algunos profesores se alarman del tiempo que consumen ciertas prácticas, como el lavado de manos frecuente, aunque el uso de geles hidroalcohólicos facilita estas tareas. Colocar dispensadores en la entrada de cada aula permitirá incorporar esta rutina como una más a las diarias del grupo, sin necesariamente perjudicar el flujo de las actividades lectivas. ¿Quién se extraña hoy en día por tener que lavarse las manos antes de entrar en un establecimiento comercial? Las nuevas prácticas suficientemente repetidas se convierten en hábitos.

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Grupos burbuja

Los ya famosos grupos estables de convivencia (también conocidas como ‘burbujas’) se han implementado, puesto que son una manera eficiente de segmentar el riesgo y facilitar el rastreo ágil y el aislamiento selectivo de cualquier caso positivo -y de sus contactos- que se detecte en las aulas. Sin estos grupos, nuestra capacidad de respuesta se vería seriamente limitada, y el cierre de la totalidad de la escuela se volvería inevitable ante cualquier evidencia de transmisión en las aulas. 

No tenemos datos claros sobre la relación del tamaño de estos grupos y la eficacia conferida a la hora de contener la transmisión, aunque el sentido común nos sugiere que cuanto menor sea el grupo mejor funcionarán éstas. Las escuelas reclaman una inyección de recursos humanos para poder disminuir las ratios entre profesorado y alumnado aunque, desde mi punto de vista, es más importante asegurar la impermeabilidad de estos grupos, sean del tamaño que sean. Sin duda, la estanqueidad de los grupos facilitará su función más que cualquier otra acción, sean del tamaño que sean. Los hermanos de diferentes edades no deberían romper esta medida en el colegio, aunque sí puedan hacerlo (lógicamente) fuera de él.

El concepto de burbujas deberá extenderse a la vida y actividades extraescolares, intentando documentar de forma clara con qué otros niños y adultos entra en contacto regular el niño, para facilitar el rastreo de contactos en el caso que se confirme la infección de un niño.

Educación Infantil

Donde sí claramente faltarán manos es en la Educación Infantil, ya que los niños más pequeños no deben usar las mascarillas y son los menos proclives a entender y seguir las otras recomendaciones. Será pues fundamental reforzar los equipos de adultos acompañantes.

También queda ahora meridianamente claro que cualquier persona que presente síntomas compatibles con infección por Covid-19 deberá quedarse en casa. Esto sin duda despoblará de forma frecuente las escuelas, pero es la única medida sensible para alejar posibles infecciones de las aulas. Si a esto le añadiésemos tests rutinarios tanto de profesores como alumnos, podríamos garantizar no siempre ir a remolque del virus, pudiendo así cortar en seco cualquier atisbo de transmisión. No debemos temer a los casos que con total seguridad irán apareciendo, al fin y al cabo, las escuelas serán fieles reproductoras de la transmisión que ocurra allá donde estén abiertas. 

Del tamaño del centro escolar y de la evidencia o no de que esté ocurriendo una transmisión en el interior de este dependerán las medidas necesarias adicionales, y la necesidad de confinar a un grupo o cerrar la totalidad de la escuela. Sin embargo, también debemos confiar en la eficacia de las medidas propuestas, siempre y cuando seamos estrictos en su aplicación. De la colaboración de padres, profesores y alumnos dependerá que las escuelas no sean un fenómeno amplificador de la transmisión, y que la tan ansiada vuelta al cole pueda hacerse de forma segura y sin pasos en falso. Los niños se merecen esto y más.

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