Mucho antes de la pandemia, mientras se disponía a descansar sonó una alerta del teléfono del maestro Cornelio. ‘¿No te enteraste?’ Esa fue la pregunta que un docente le envió a las 9:50 pm. Al ver este mensaje su respuesta fue: ‘¿De qué?’. Lo que leyó después es que un docente se había peleado con un alumno de tercer año de Secundaria, a quien llamaremos Mario.
En nuestro país, México, existen situaciones en las que un alumno y un docente se pueden ver inmersos en problemas que llegan hasta los golpes. Sin embargo jamás había consentido que dentro de mi centro de trabajo existiesen este tipo de anomalías, pensaba el maestro Cornelio mientras leía el mensaje. Minutos después, le contestó a su compañero: ‘Que me perdone el maestro, pero yo estoy de lado de mi alumno’.
Este suceso cuestiona y cimbra la labor docente: ¿hasta qué punto los docentes debemos tolerar los insultos de los alumnos? No niego que alguna vez un alumno me haya hecho enfadar por su mal comportamiento. Trabajar con adolescentes en ocasiones es complicado por la etapa en la que viven. Sin embargo, llegar a los golpes, ¿es necesario? ¿se justifica? Claro que no. La sociedad mexicana del siglo XXI es compleja, hija de su época, en donde impera el relativismo desde el sentido moral hasta epistemológico, además de otros aspectos culturales y demás factores que generan que la educación en nuestra realidad sea complicada.
La importancia de comprender la realidad adolescente
Los alumnos de Secundaria son adolescentes que oscilan entre los 11 y los 16 años. Es una edad compleja en todos los sentidos, pero ¿es solo culpa de la etapa que atraviesan los alumnos, lo que hace complicada su educación y la relación con ellos? O ¿son los adultos quienes viven acomplejados de su realidad?
Recordemos que a la edad en la que se encuentran los alumnos de Secundaria es la etapa de transición. Es aquí cuando surgen conflictos personales pues el cambio físico, agregando el psicosocial y conductual genera en el alumno una etapa difícil que solo puede ser llevada con apoyo de sus amigos, quienes comparten los mismos problemas.
Sin embargo, hoy en día los alumnos viven experiencias que algunos de nosotros no pensamos que pasarían, es decir, la relación cibernética por medio de las redes sociales, el interés de verse bien, no solo en la realidad si no también en fotos o vídeos que a diario suben en la plataformas, evadiendo la realidad que llevan y manipulando lo que experimentan.
En esta etapa, ellos experimentan una desconfianza a los adultos, a los que ven como enemigos, ya que no creen que sean capaces de ayudarles, sino que por el contrario, son personas que los limitan o que muchas de las veces generan reglas estúpidas.
Aunado a lo anterior existen realidades de aquellos que viven el abandono de sus padres y que los dejan a la deriva para que ellos a su temprana edad se hagan responsables de las actividades que les corresponden, ocasionado que la confianza en el adulto se vea más afectada.
El alumno de Secundaria va a la escuela no como un lugar en donde espera encontrar a sus maestros enfadados, sino porque cree que es un lugar de auxilio en donde puede sentirse seguro y rodeado de adultos que tratan de comprenderlo, un lugar en donde puede ser él, sin temor a ser juzgado por ser adolescente o por tener ideas idealistas de la realidad.
Pero, ¿qué han hecho algunos maestros? Destruir el único espacio que los adolescentes tienen para sentirse seguros con nuestro autoritarismo, nuestra falta de flexibilidad, con una imposición no dialogada de las tareas y trabajos… El alumno siente que la escuela es un martirio y solo espera el recreo, único espacio de dispersión, de libertad.
La historia de Mario
¿Mario?, él nunca está en clase, siempre está caminando por los pasillos y se acerca a las puertas de las aulas buscando qué maestro lo acepta. Los primeros meses de clases, de su último año en Educación Básica, cambiaron a Mario de grupo ya que donde estaba en sus dos años anteriores era considerado como un joven que generaba el desorden de los miembros del grupo. Por ello lo condicionaron a que si su comportamiento mejoraba, podría regresar a su anterior grupo.
En el primer ‘bimestre’ del curso escolar, Mario se comportó extraordinariamente: entregaba todos sus trabajos y destacaba en el aula por su capacidad y por sus participaciones asertivas. Por ello esperaba que las autoridades de su escuela le dieran la oportunidad de regresar a su clase. Pero la sentencia que le dijeron fue que debido a su mejora, debía quedarse en ese grupo. Eso le enfadó ya que no cumplieron el trato al que habían llegado y, por ello, el comportamiento de Mario cambió. Los directivos se cansaron y lo devolvieron al grupo inicial, de lo contrario el niño perdería el año.
Cuando volvió a su grupo, su rendimiento volvió a mejorar y su liderazgo es inminente. Desde la óptica del maestro Cornelio, todo iba bien. Sin embargo, ante los ojos de varios docentes, el joven era grosero, irresponsable y conflictivo. Un día antes del suceso entre Mario y el docente, Cornelio había felicitado a Mario por su trabajo y por sus cualidades de liderazgo. Le dijo: ‘Mario, enfócate y direcciona este enorme potencial que tienes’. Él solo sonrió y se fue a su lugar.
Días después Cornelio se enteró que al día siguiente de la felicitación un docente le pidió a Mario que se pusiera la camiseta del uniforme del colegio. El joven no accedió y contestó: ‘Haga lo que quiera, no me cambiaré’. El docente lo tomó con fuerza y entre palabras malsonantes comenzaron a pelearse en las instalaciones de la escuela. El docente terminó rompiéndole la camiseta al alumno. El profesor tiene que abandonar en ese momento la escuela, y el alumno es retenido y suspendido.
Después de ese día, Mario no volvió a la escuela, ya que después de varios avisos, este fue un ‘ultimátum’ que le llevó a la expulsión.
Los días transcurrieron y llegó la época de la pandemia. Cierto día, mientras el maestro Cornelio leía una notificación de su teléfono, algo le llamó la atención: era un mensaje de Mario que decía “Gracias, profe”.
Espero que en este retorno a clases los profes no olvidemos, que nuestros alumnos no llegarán a las aulas a estudiar, sino que llegarán a aprender.