Aunque habitualmente se asocian los trastornos o enfermedades mentales a la edad adulta, lo cierto es que, en ocasiones, estas enfermedades se originan en la infancia, concretamente entre los seis y los doce años, coincidiendo con la Educación Primaria.
Son muchos los estudios clínicos que encuentran relación entre algunos síntomas asociados a trastornos de aprendizaje que se surgen en esta etapa, como el TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad), el TEL (Trastorno del Lenguaje) o el Síndrome 22Q.11, y la vulnerabilidad a sufrir algún tipo de trastorno psíquico severo en la edad adulta.
Los lóbulos cerebrales, el motivo
Estos trastornos tienen en común la afección de los lóbulos prefrontales, relacionados con las funciones ejecutivas, que regulan y dirigen la conducta planificando, secuenciando y monitorizando la atención. Los lóbulos frontales, además de estar implicados en la motivación y la conducta, se encargan de tomar la información de todas las estructuras de la corteza cerebral y coordinarlas para trabajar de forma conjunta. Este proceso está íntimamente relacionado con los procesos de aprendizaje. Si alguna de esas funciones ejecutivas falla, fallará también la coordinación de las mismas.
Sabiendo que en las aulas existe alumnado con dificultades en las funciones ejecutivas, debemos estar muy atentos a otras conductas llamativas que nos puedan ofrecer indicios de trastornos más serios.
¿Cómo actuar desde la escuela?
Al detectar un alumno con algún trastorno del aprendizaje, es preciso informarse sobre los procesos psiconeurológicos que presenta y trabajar en base a sus necesidades educativas sin olvidar, por supuesto, trabajar la autoestima y el autoconcepto con el fin de que consiga una buena integración con los demás compañeros.
Además, como docentes, debemos informar a las familias cuyo hijo tenga alguna dificultad de aprendizaje sobre la relación que existe entre éstos y la vulnerabilidad a sufrir algún trastorno psíquico posterior. Debemos establecer un equilibro entre el conocimiento de la vulnerabilidad y un acceso temprano a la ayuda si surgen problemas. De esta forma, evitaremos que la conciencia del riesgo por parte de la familia se convierta en origen de estrés y ansiedad, que pueda desencadenar una variable más a la ya existente vulnerabilidad a estos trastornos en este tipo de personas.