La Generación Z se caracteriza por ser nativa digital y así lo demuestran sus hábitos de consumo: utilizan Internet y las redes sociales en su día a día, tanto para consumir ocio como para informarse. Y también para acceder a páginas porno: casi el 40% de los jóvenes con edades comprendidas entre los 16 y los 24 años las consultan de manera habitual, según indican los resultados de la ‘Radiografía del consumo digital de la Generación Z’, impulsada por GfK DAM.
Es una cifra que preocupa a los expertos, ya que muchos de estos contenidos son pornográficos y el acercamiento a ellos se produce cada vez antes: entre los 8 y los 12 años, y se acaban generalizando en los 14, tal y como recoge la investigación titulada ‘Nueva pornografía y cambios en las relaciones interpersonales’, elaborada por la Universitat de les Illes Balears y la red Jóvenes e Inclusión en Madrid.
Hipersexualización y conductas abusivas, las consecuencias del porno
“El porno es el manual de instrucciones 3.0 de las primeras relaciones sexuales de muchos chicos y chicas”, afima el doctor en psicología clínica, sexólogo y escritor José Luis García. Y esto tiene consecuencias directas en su actitud: hipersexualización, prácticas abusivas, violentas y agresivas o distorsión de los roles de género son algunas de las conductas que los jóvenes adquieren al consumir este tipo de contenidos. Además, cada vez más expertos las relacionan con el aumento de agresiones sexuales y violaciones grupales.
Frente al consumo de pornografía, la educación afectivo-sexual es clave para acabar con la normalización de sus conductas y enseñar a los estudiantes prácticas sexuales sanas. El problema es que, para algunos expertos como Carmen Ruiz Repullo, socióloga especializada en violencia de género, “esta educación es casi inexistente en la escuela.
En ocasiones se trabaja algún taller o charla específica, pero no es un tema transversal que se aborde con profundidad”. Para ella, cualquier edad es buena para comenzar a trabajar este tipo de educación, utilizando contenidos específicos y adaptados para ello. “Por ejemplo, en la etapa de 2 a 6 años es esencial abordar, entre otros contenidos, la educación emocional y el consentimiento corporal. Hay textos como ‘Ni un besito a la fuerza’ que son un pilar básico para identificar lo que nos gusta y lo que no nos gusta en relación con lo corporal. De hecho, esto es fundamental para detectar agresiones sexuales en la infancia”, explica.
Y es que los beneficios que derivan de la educación afectivo sexual son muy variados: ayuda a tener mejor salud sexual, mejores relaciones sexuales dentro y fuera de la pareja y menor riesgo de sufrir violencia sexual o violencia dentro de una relación. También es útil para detectar agresiones sexuales en la infancia, prevenir embarazos no deseados, evitar contraer infecciones de transmisión sexual…
Hablar de sexo y control parental, medidas para evitar el acceso a estos contenidos
Junto a la apuesta por la educación afectivo-sexual en las aulas, el papel de las familias es también clave para hacer frente al consumo de pornografía desde edades tempranas. Hablar con los adolescentes de sexo desde la empatía, el respeto y la escucha activa son algunos de los consejos esenciales para la sexóloga y YouTuber Raquel Graña.
Y eso sin olvidarse del control parental, que hace referencia a las herramientas que facilitan el control de acceso y contenidos a la Red por parte de los menores. “Apostar por ellas ayuda a poner un límite importante, pero no tiene que ser el único. Debe haber otros como el diálogo familiar, potenciar aficiones y actividades sociales….”, sugiere Óscar González, de Escuela de Padres con Talento. Estas soluciones permiten, entre otras cosas, el filtrado de páginas web inapropiadas para su edad en función de temáticas o tipos de contenidos; establecimiento de unos horarios para conectarse; o tiempo máximo que pueden permanecer conectados.
Algunas de ellas también cuentan con control de aplicaciones (como de redes sociales o programas de mensajería), geolocalización, bloqueo de llamadas, función de supervisión de búsquedas o monitorización para consultar cuál ha sido la actividad del menor durante el tiempo que ha permanecido conectado.