Ningún experto en el campo pedagógico puede negar que el gran reto de este curso es el de poder conjugar de manera equilibrada dos grandes pilares: por un lado, el cumplimiento de las medidas sanitarias en el interior de los centros escolares y, por otro, contar con una calidad educativa a la altura de las circunstancias. Este es el debate real, sumado, por supuesto, a las complejas realidades de crianza que alteran el ámbito familiar y laboral. Ciertos círculos educativos consideran que se están priorizando las medidas de seguridad en detrimento de un aprendizaje óptimo, y más aún en un tiempo en el que se vuelve tan necesario el contacto humano como principal motor para el desarrollo biológico del estudiante.
Ambientes educativos en la naturaleza
Las escuelas al aire libre (escuelas-bosque) que nacen hace ya más de sesenta años en Dinamarca, se han ido extendiendo hasta nuestros días ofreciendo un sistema muy especial y efectivo de enseñanza que no solo tiene como objeto la absorción del currículo escolar de los menores de etapas tempranas, sino que además resuelve de manera naturalizada las relaciones humanas: la cooperación, la gestión emocional o la creatividad, competencias indispensables de la posmodernidad.
Antes de la aparición del coronavirus, estos centros escolares ubicados en sierras, montes o playas eran solo una consecuencia lógica de lo que el escritor y divulgador Richard Louv denomina ‘Síndrome por Déficit de Naturaleza’, es decir, problemáticas nacidas en el interior de las cada vez más insensibles ciudades, -construidas desde la mirada adultocéntrica- que dejan sin recursos de crecimiento, de juego espontáneo y de satisfacción de necesidades desde (en algunos casos) la no directividad.
Los espacios urbanizados estresantes contribuyen a que tanto adultos como menores se encuentren cada día más lejos de los beneficios que nos aportan los espacios naturales, propicios para vigorizar la salud.
Aunque en los territorios mediterráneos sea casi una novedad, incluso un modelo didáctico innovador, algunos países de Europa como Alemania, Finlandia o Suecia llevan décadas utilizando con resultados extraordinarios. Parece sorprendente que España, con un clima enriquecedor, no sea promotor de este modelo que beneficia a la niñez en su etapa Infantil y Primaria.
Los beneficios de las escuelas-bosque
La pandemia debe servir como palanca de cambio para impulsar este modelo que en España ya cuenta con diferentes centros, incluyendo una playa-escuela ubicada en la isla canaria de Tenerife, una escuela-bosque en Cerceda (Madrid) y otros espacios de juego en la naturaleza afincadas en diferentes lugares de nuestra geografía.
Las medidas de seguridad surgidas a raíz del SARS-COV-2 e interpuestas sobre el ambiente escolar suponen, a todas luces, un freno en cuanto a la calidad educativa se refiere, ya que el contacto con los objetos y los iguales es fundamental para que el desarrollo biológico, motor, cognitivo y relacional sea óptimo. Las escuelas en la naturaleza pueden ayudar a superar las estrictas medidas sanitarias a través de un currículum adaptado al medio sin afectar la salud infantil, más bien, todo lo contrario.
Por ejemplo, permite al menor potenciar su instinto de exploración y curiosidad tan limitado en las grandes ciudades. Además, la observación directa de sus experiencias ayudan a crear una visión real de aquello que está vivenciando en cada momento. Los entornos abiertos ayudan a mantener la distancia sanitaria con mayor facilidad, además, es sabido que el contacto con el oxígeno y el sol, (apoyado en un estado de felicidad de los menores que pueden moverse libremente al tiempo que aprenden), potencian una mejora del sistema inmunitario. Por otro lado, los materiales de aprendizaje (el aula es el bosque) se encuentran en el propio entorno (plantas, ramas, arena, piedras...), esto es, materiales que no pueden transmitir ningún tipo de organismo vírico.
Este modelo educativo contribuye, en materia sanitaria, a aumentar su resistencia a las enfermedades debido al fortalecimiento del sistema inmune y disminuye la obesidad o las enfermedades respiratorias.
En definitiva, la solución, al menos parcialmente, es evidente: una vuelta a lo natural y consciente. Y esto pasa por reformular las estructuras escolares, dar más cabida a las aulas al aire libre y una educación lenta (‘slow education’) como alternativa a las maniobras que zozobran sin rumbo claro sobre el escenario escolar.