“La educación es el pasaporte hacia el futuro, el mañana pertenece a aquellos que se preparan para él en el día de hoy” (Malcom X, 1964). Este aparentemente nuevo y fresco alegato por la educación parece haber sido aceptado más de 50 años después de su publicación en el acto de inauguración de la ‘Organization of Afro-American Unity’ (Organización de la Unidad Afro-Americana). Lejos de subestimar su significado más profundo en lo que concierne a la defensa de los derechos humanos, esta cita pone de manifiesto la necesidad de proporcionar una educación de calidad que ofrezca las herramientas necesarias para adaptarse con garantías de éxito a la sociedad del futuro.
Por ello, con la cuarta revolución industrial a la vuelta de la esquina e intentando anticipar las demandas de la misma, se presenta el constructo psicológico autoeficacia; una de las capacidades llamadas a marcar la diferencia. Según Bandura (1977), “la autoeficacia es la creencia de las personas sobre su capacidad para alcanzar el éxito en una situación particular”. Evidentemente, no se trata de algo nuevo, sin embargo, su desarrollo es ahora más imprescindible que nunca.
Educación 5.0
Tras superar la educación más tradicional y unidireccional en la que el alumno es un mero receptor de contenidos (Educación 1.0), la Educación 2.0 propone un modelo bidireccional en el que el conocimiento es fruto de la interacción profesor-alumno. La EDUCACIÓN 3.0, por su parte, es aquella en la que el término ‘competencia’ sustituye al de ‘cualificación’, siendo su adquisición condición indispensable para lograr un pleno desarrollo personal, social y profesional.
Hoy en día, todo cambia a un ritmo vertiginoso y justo cuando se comienza a hablar de Educación 4.0, las enseñanzas musicales irrumpen con una nueva propuesta teórica y empíricamente fundamentada; resuena como un eco la cita de Darwin (“Adaptarse o morir”) y con ella la necesidad de innovar.
La Educación Musical 5.0 propone, a la espera de una actualización de su currículo que integre las citadas competencias, un modelo específico y transdisciplinar que permita proporcionar una formación artística de calidad que garantice la cualificación de los futuros profesionales de la música.
De este modo, contempla la esencia diferencial de unas enseñanzas musicales que demandan la adquisición de una serie de competencias complejas relacionadas con el aprendizaje autónomo o con la interpretación en público, entre otros; enseñanzas en las que la autoeficacia emerge con un elemento clave, ya que: ¿de qué serviría ser competente en cualquier ámbito si no se dispone de una percepción de autoeficacia y confianza en uno mismo que permita desarrollar con éxito diferentes tareas?
Características de la autoeficacia
Siguiendo la Teoría Social Cognitiva de Bandura, se presentan a continuación las características más representativas de la autoeficacia que permitirán conocer el citado constructo psicológico sobre el que se erige esta hipotética Educación Musical 5.0.
¿Qué es?
La autoeficacia debe ser entendida como la creencia en la propia capacidad para ejecutar las acciones necesarias que permitan manejar situaciones futuras. En otras palabras: “No basta con ser capaz...; hay que juzgarse capaz” (Blanco, Marínez, Zueck y Gastélum, 2011). Por supuesto, es necesario poseer unas habilidades reales u objetivas para interpretar el Concierto de D. Milhaud para batería y orquesta, por ejemplo. Pero, es también necesario disponer de las percepciones de autoeficacia necesarias para llevar a cabo dicha interpretación en público. En este sentido, las más útiles son aquellas que ligeramente exceden las capacidades reales.
La autoeficacia, a diferencia de otros constructos psicológicos cercanos, es específica para cada tarea y/o contexto. Hay quien puede considerarse capaz de tocar la batería muy bien, pero quizás no para improvisar con ella. De la misma forma, una persona puede considerarse un gran jugador de fútbol, sin embargo, seguramente no piense lo mismo justo antes de lanzar un penalti en la final de un campeonato. El autoconcepto, en cambio, es una medida más general. “Yo puedo vs. Yo soy” (Olaz, 2001).
¿Por qué lo es?
Una de las características más asombrosas de la autoeficacia es su capacidad de influencia sobre la conducta humana. La autoeficacia influye en la elección de actividades, en el esfuerzo, en la perseverancia, en la confianza y en la serenidad, entre otras. Aquellas personas con niveles altos de autoeficacia suelen visualizar con éxito situaciones que suponen un reto y participan en las mismas atribuyendo los pequeños contratiempos que puedan surgir en el proceso a la falta de esfuerzo más que a la falta de habilidad. Además, estas personas perciben los posibles nervios como una estimulación previa necesaria para llevar a cabo dicha tarea. Por el contrario, las personas con bajos niveles de autoeficacia deciden no participar en actividades que consideran no pueden superar y en el caso de que lo hagan suelen desistir ante la más mínima dificultad mostrándose ansiosas durante el desarrollo de las mismas.
¿Cómo funciona?
En este momento, es probable que alguien se pregunte si posee o no las percepciones de autoeficacia suficientes o necesarias y por ello ha llegado el momento de presentar las cuatro fuentes de información de la autoeficacia que permitirán desarrollar las percepciones de capacidad. Las experiencias previas en situaciones similares, las experiencias vicarias de iguales, la persuasión verbal de diferentes agentes sociales y un estado fisiológico óptimo que permita percibir las señales de estrés como una estimulación más que como una amenaza son, junto con unas habilidades reales u objetivas, el requisito clave para concluir con éxito cualquier tarea.
¿Quién influye?
Estas cuatro fuentes de información, permiten establecer un nexo entre autoeficacia y apoyo social, siendo padres, profesores e iguales quienes de forma más o menos consciente pueden influir en las percepciones de autoeficacia y, en definitiva, en el logro musical.
Proponer metas progresivas en dificultad para evitar experiencias de fracaso, participar como un igual en diferentes actividades, utilizar un vocabulario y una predisposición positiva que mejore la motivación o mediar en el estado fisiológico son algunas de estas posibles formas de influencia del apoyo social sobre la autoeficacia y, en definitiva, sobre el logro musical.
Educación Musical 5.0, ¿una utopía?
Llegados a este punto, es posible afirmar que la Educación Musical 5.0 y planteamientos similares son, muy a pesar de la investigación psicopedagógica, una utopía; distan mucho del día a día en el aula de música de los conservatorios españoles. A diferencia de otras disciplinas (deporte de élite, por ejemplo) que incorporaron con éxito a sus planes de trabajo aspectos relacionados con la psicología, las enseñanzas musicales siguen subestimando todo su potencial e influencia directa sobre el rendimiento de los futuros profesionales.
Bandura afirma que el objetivo principal de la educación formal no debería ser otro sino equipar a los estudiantes con las herramientas intelectuales, las creencias de eficacia y los intereses intrínsecos necesarios para educarse a sí mismos en las diferentes actividades que acontecen a lo largo de sus vidas.
Este pequeño alegato por la ‘autoeducación’ sitúa en el foco de atención la autoeficacia, constructo que junto con otros factores psicológicos pueden ser influenciados positivamente por padres, profesores e iguales.
Probablemente lo tratado en estas líneas no tenga, a simple vista, consecuencias tan inmediatas sobre la vida cotidiana como se podría imaginar. Sin embargo, yendo un poco más allá, será posible vislumbrar la tremenda implicación y relevancia de las percepciones de autoeficacia en cualquier contexto ya que la característica más sorprendente de los grandes genios de la historia es precisamente su inagotable percepción de autoeficacia; algo que los empuja a emprender determinadas actividades desafiantes o retos con gran motivación y, lo más importante, les ayuda a persistir en los momentos difíciles. Y, no olviden: “La autoeficacia no solo predice, sino que produce el futuro” (Bandura, 1977).