Parece paradójico que en la sociedad del bienestar muchos niños estén ‘separados’ de la naturaleza, permaneciendo ‘sanos y salvos’ entre las paredes de su casa o de su escuela, en las zonas de ocio de los centros comerciales (los fines de semana)… Ni siquiera juegan en la calle. A lo máximo que llegan es a disfrutar de la zona de columpios de los parques. En ocasiones, aprenden sobre flores haciéndolas en papel, mientras que las peras y las manzanas las ven en fotografías o dibujos (aunque ‘luego’ las tomen como merienda en casa).
Sin dejar de usar las nuevas tecnologías como complemento, refuerzo o punto de partida atractivo para animarles a ir a la fuente primigenia, ¿por qué enseñar el mundo real a través de representaciones cuando pueden tocar las flores de verdad (en un jardín, en el campo, en el parque) y probar el sabor de una manzana (en un huerto o en la misma clase)?
Eso sin contar que una de las principales consecuencias de este hecho es que cada vez más niños sufren obesidad e incluso depresión; también padecen diferentes tipos de trastornos, como hiperactividad. Es lo que afirma, entre otros, el escritor y periodista Richard Louv, quien en su libro ‘Los últimos niños en el bosque’ (Editorial Capitán Swing) reúne investigaciones de vanguardia que demuestran cómo la exposición directa a la naturaleza es esencial para un sano desarrollo infantil: física, emocional y espiritualmente. En definitiva, es un llamamiento para que “salvemos a nuestros hijos del trastorno por déficit de naturaleza”.
Pedagogía verde
De ahí la importancia de fomentar la educación ambiental o seguir la tendencia de la pedagogía verde, término acuñado por Heike Freire, psicóloga, filósofa y experta en innovación educativa. Se trata de un enfoque educativo, que abarca un conjunto de ideas y estrategias —con efectividad demostrada—, para acompañar el desarrollo y el aprendizaje de niños y jóvenes en armonía con los procesos naturales, dentro y fuera de ellos. “Está demostrado que las personas que conservan este vínculo están más sanas en todos los ámbitos. Se relacionan mejor con los demás y, en general, potencian más plenamente sus capacidades” (ver entrevista “Debemos vincularnos con la Tierra para desarrollar todo nuestro potencial”, nº 26 de la revista).
De similar opinión es Rafael Pérez, professor and ICT coordinator del Colegio Bilingüe de Murcia (CBM) Hernández Ardieta (Torre-Pacheco, Murcia): “Somos parte de la naturaleza y dependemos de ella, por lo que es necesario cuidarla para, a su vez, cuidarnos a nosotros mismos. No se puede amar aquello que no se conoce, por ello, es necesario fomentar la educación ambiental y el conocimiento, in situ, del medioambiente y su funcionamiento”.
Mayor diversidad
Otro de sus beneficios es que ayuda a tratar la diversidad en el aula, ya que “siempre ha sido un escenario donde es bien acogida toda persona. Es un laboratorio ideal para desarrollar las competencias educativas y, por supuesto, para tratar la diversidad. La naturaleza se convierte en un lugar para aprender, compartir, actuar positivamente, reflexionar, investigar, relacionarse… cada cual desde sus características y ayuda a ser conscientes de nuestra interdependencia y ecodependencia”, explica José Manuel Gutiérrez, asesor pedagógico de Ingurugela, una red vasca de equipamientos públicos de apoyo al profesorado y a los centros escolares, que coordinan planes y programas de educación ambiental en el sistema educativo no universitario.
Esto es un pequeño extracto del reportaje ‘Por un mundo sostenible ’publicado en el Nº 37 de la revista EDUCACIÓN 3.0 impresa. Para poder leerlo completo, así como saber más sobre experiencias docentes relacionadas en el IES Aguas Vivas de Guadalajara o el colegio Los Peñascales de Las Rozas (Madrid), es preciso suscribirse: podéis hacerlo desde nuestra tienda online. Aprovecha el 20% de descuento hasta el 23 de febrero con el código FEBRERO20.