Saber hablar en público, transmitir ideas y opiniones, escuchar a los demás, compartir posturas, rebatirlas y estar preparados para defender un cambio de opinión son algunas de las habilidades que se ponen en práctica al participar en un debate académico. Se trata de una actividad formativa que permite a los jóvenes conocer, analizar y reflexionar acerca del mundo que les rodea, lo que resultará muy beneficioso para su futuro académico, profesional y personal.
El debate en las aulas tiene una larga tradición en el mundo educativo anglosajón, pero cada vez más docentes españoles se animan a ponerla en práctica con su alumnado. Es el caso de José Enrique Celador, subdirector del Colegio Inmaculada Concepción (Madrid) y creador del club de debate en su centro. “Es una práctica que funciona muy bien en el 2º ciclo de ESO y Bachillerato, especialmente si ya se ha trabajado previamente con ellos sesiones de oratoria como iniciación a la comunicación pública y argumentativa de sus ideas”, señala.
El debate académico
El debate es en realidad una competición entre al menos dos equipos (normalmente de 4 o 5 personas) que se alternan para intervenir en las distintas fases, que duran entre tres y cinco minutos cada una: discurso, refutación 1ª, refutación 2ª y conclusión. El formato del debate puede variar dependiendo de cómo se desarrollen las fases de refutación. Pueden ser más cortas e intensas, por lo que los ponentes tendrán que ser más ágiles, o pueden tener una duración parecida al resto de las fases.
Además, se suelen establecer los siguientes roles: introductor, refutador 1, refutador 2, ponente de la conclusión y, si fuera necesario, un secretario. Generalmente, antes de comenzar el debate se decide por sorteo la postura que cada uno de los equipos debe defender sobre un tema previamente acordado. De este modo, ambos equipos habrán tenido que preparar la defensa de los dos bandos.
Tras participar varios años con su alumnado de 4º ESO y 2º de Bachillerato en el torneo anual de debate escolar en la Comunidad de Madrid, Luis Miguel Carpio, profesor de Lengua en Secundaria y Bachillerato en el IES Las Lagunas (Rivas-Vaciamadrid) explica que, en el torneo, cada integrante del grupo interviene en una de las partes que ha preparado a conciencia con anterioridad. “En las intervenciones del discurso y la conclusión suelen intervenir alumnos que puedan memorizar y desarrollar una kinésica más convincente, mientras que en las refutaciones, el rol del alumno se acerca a una improvisación mayor”, aclara. Asimismo, recuerda: “el objetivo no es ganar o perder, es aprender a escuchar y respetar las opiniones ajenas, y tener la capacidad de contraargumentar con las opiniones propias”.
Por su parte, Celador (Colegio Inmaculada Concepción) añade que antes del día del debate “es fundamental que todos los alumnos participen en la fase de búsqueda y organización de la información para elaborar los razonamientos en equipo, los argumentos y las evidencias que se van a plantear”.
Según los docentes consultados, una vez desarrollada esa fase previa de preparación, que puede durar cuatro o cinco sesiones (en tutorías, recreos, después de clase…), dedican otras dos a la elaboración de los discursos iniciales, a esquematizar las refutaciones y a dejar perfilada la conclusión. Finalmente, se cierran estas sesiones con la puesta en práctica de los debates en el aula.
Habilidades y competencias
El debate es una herramienta pedagógica de carácter transversal que se suele emplear en el ámbito lingüístico, pero también implica que los alumnos pongan en práctica herramientas científico-técnicas, como la investigación y búsqueda de evidencias. Son muchos los beneficios que aporta a los estudiantes: “Les ayuda en diferentes ámbitos como la comunicación oral, valores de respeto, oratoria, dicción, trabajo en equipo y cooperación, investigación y organización discursiva, entre otros. Además, favorece a que el alumno se informe sobre determinado tema que es motivo de controversia moral o ética”, apunta Carpio (IES Las Lagunas).
De este modo, no solo permite el desarrollo personal y social y promueve la capacidad de aprender a aprender, sino que también es clave para fomentar el pensamiento crítico. Belén Sánchez participó en debates escolares durante varios cursos como alumna del Colegio Nuestra Señora de la Providencia (Pinto, Madrid). En 2013, su equipo participó en el torneo de debates de la Comunidad de Madrid y en la liga de debate preuniversitario Versus, organizado por la Universidad Nebrija. Para ella, supuso el comienzo de una reflexión personal y un despertar de inquietudes: “Cuando empecé tenía 16 años, aún no votaba, la política no me importaba pero, gracias a los debates, conocí diferentes partidos, aprendí a identificar qué valores defendían y cuáles eran los míos, para ver con cuáles estaba de acuerdo”, cuenta. En su caso, la experiencia le permitió aprender a improvisar y a moverse por el espacio siendo más consciente de su comunicación no verbal así como a recibir y hacer críticas constructivas entre sus compañeros, mejorando así su comunicación asertiva.
Otros beneficios
Al tratarse de una actividad que implica mucho trabajo en equipo, las ventajas van más allá del desarrollo académico de los jóvenes. Según Carpio, “con esta actividad los chicos estrechan lazos entre sí, ya sea con los compañeros de equipo, con otros alumnos contra los que compiten de otros centros o con los propios profesores que los forman”.
Además, la intensidad de los debates puede provocar que los participantes terminen en discusiones y enfados, por lo que es es necesario contar con herramientas de autorregulación emocional para recordar que es un ‘juego’ y no una discusión personal: “Aprendimos técnicas de relajación y de gestión emocional, lo cual fue muy útil y más siendo adolescente, que éramos auténticas bombas de emociones”, explica Sánchez.
Para Celador, el debate y la preparación del mismo tanto en el aula como en torneos es una de las mayores experiencias personales y de aprendizaje que ha vivido con los alumnos. “No sólo es una herramienta educativa excepcional para trabajar en el aula el pensamiento crítico, sino también para desarrollar la educación integral de los alumnos pues les pone en contextos y situaciones para defender sus ideas de una forma objetiva y plausible”. Además, recuerda que, con todo lo que aprenden, adquieren habilidades útiles para los trabajos del futuro, como la capacidad de trabajar en equipo o saber transmitir en contextos públicos sus ideas y conocimientos.