En las escuelas, los docentes consumimos grandes dosis de energía con el alumnado conflictivo, disruptivo o violento. Tratamos de enseñarles a resolver conflictos en el aula, hablamos con ellos sobre la importancia de hacer los deberes, de estudiar y de esforzarse. Nos preocupa que se queden atrás y en múltiples ocasiones nos preguntamos qué le está pasando a este niño, por qué no aprueba, por qué siempre está enfadado o por qué tiene tantos problemas.
En todo este proceso, nuestras pilas se van agotando y nuestros recursos también. Y en ocasiones, parece que se nos escapa que detrás de un niño difícil hay una familia que necesita ayuda. Y también olvidamos el poder que se genera cuando todos remamos en la misma dirección.
El conflicto externo tiene un origen interno
Entendemos el conflicto como una situación que vive una persona y que le dificulta la convivencia consigo mismo y/o con los demás lo que, a su vez, genera estrés e inquietud. Aquel que vive un conflicto se siente atrapado, no ve solución y, en muchos casos, lo lleva en soledad y tiene dificultades para gestionarlo.
Dificultades de convivencia, bajo rendimiento, tristeza, apatía, desinterés, violencia… son algunos de los motivos que despiertan en nosotros la curiosidad suficiente para plantearnos este modelo de intervención que comienza siempre atendiendo a las partes individualmente para llegar a lo sistémico (familia-alumnado-docente).
Y precisamente, cuando queremos llegar a un niño sabemos que previamente debemos comunicarnos con sus padres y sus profesores. Estas son algunas técnicas que pueden aplicarse.
Entrevistas restaurativas (individual):
A través de un diálogo relajado pretendemos generar un entorno de confianza en el que ayudemos a la persona a explorar en sus sentimientos, necesidades y preocupaciones. Estas entrevistas se realizan con cada una de las partes que están relacionadas con el asunto.
Encuentro sistémico (todas las partes):
Supone reunir a todas las partes para establecer conexiones y metas comunes en un espacio para escuchar y ser escuchado. Generar un entorno seguro y amable es indispensable para que los conflictos en el aula entren en una dimensión que facilite la resolución. Las acciones de uno desencadenan movimiento en los demás y propician el compartir la mirada hacia el conflicto. Es una herramienta para despertar la empatía necesaria en la reparación del daño.
Tutorías de acompañamiento (individual):
Se trata de un instrumento de alto impacto hacia el autoconocimiento. Partimos siempre de la situación actual para, a través de preguntas, llegar a la situación ideal. Del qué está pasando al qué te gustaría que pasara y qué vas a hacer para que pase. Se cierra siempre con compromisos.
Las habilidades del docente
Para que estas estrategias sean un éxito, el docente-facilitador debe entrenar habilidades tales como:
- No juicio
Porque mi verdad no es la verdad y porque la realidad no existe. El juicio me aleja de las personas. Si un padre o una madre se siente juzgado por mí difícilmente confiará en mi palabra y en mis acciones.
- Escuchar
Sin interrumpir, parando mi diálogo interno, alejándome de las interpretaciones y centrándome en las palabras del otro.
- Silencios
Preguntar, escuchar y silenciar. Sólo si soy capaz de hacer silencios permitiré la reflexión, el poso de lo dicho en el otro y el poso de lo escuchado en mí. Detrás de un silencio aparece lo auténtico.
- Preguntar
Preguntas abiertas, que generen reflexión y que atiendan tanto al plano racional como al afectivo y emocional.
- Contención emocional
Recoger, aceptar y atender a las emociones de las personas ayudándoles a utilizarlas de manera positiva durante los encuentros y en sus retos personales.
El docente-facilitador entiende que:
- Las percepciones son subjetivas, temporales y selectivas. Cada persona percibe según siente y esto lo validamos.
- La comunicación tiene que servir para hacerse entender, no para llevar la razón ni para que se me oiga. La importancia de hablar desde el ‘yo’ no haciendo responsable a nadie de lo que me pasa para evitar la culpa.
Formación y entrenamiento
Cada caso en el que ponemos la mirada requiere que previamente diseñemos cómo se intervendrá. A veces el maestro tutor se hace cargo y guía el proceso. En otros casos, cuando el tutor es parte de uno de los conflictos en el aula se requiere que sea alguien externo (otro docente) quien adopte el rol de facilitador.
Se requiere formación y entrenamiento para acompañar procesos en los que las emociones son especialmente protagonistas. Es por esto por lo que siempre que se hace una intervención otro docente está presente de manera que se lleva a cabo un aprendizaje vicario.
Nuestra experiencia nos dice que una vez experimentas este modelo de intervención restaurativa y sistémica no hay marcha atrás. El conflicto deja de provocar desasosiego y se convierte en reto, en fuente de aprendizaje y en crecimiento personal.
A Pilar Pérez no le falta razón. Los conflictos en el aula son una realidad con la que docentes, alumnos y familiares conviven. Pienso que lo más preocupante no son esos conflictos en sí, sino cómo solucionarlos. Aspectos como la comunicación, la empatía y el respeto son fundamentales. Además, las técnicas explicadas me parecen interesantes. Aprender a vivir juntos forma parte de una buena calidad educativa.