La crisis sanitaria ha sacado a la superficie algunas de las deficiencias del sistema educativo. De la noche a la mañana, los docentes han tenido que enseñar, acompañar y evaluar a los estudiantes en la distancia, de manera virtual y con distintas herramientas tecnológicas. Una cuestión, que sin una formación específica, ha resultado más complicado para algunos docentes y centros.
En momentos como éstos, la formación es clave para contar con un profesorado capaz de enfrentarse a situaciones como las vividas en los últimos meses. Así, ¿qué puede aportar la educación permanente en el ámbito educativo? ¿Cómo la pueden aprovechar los docentes de cara al futuro?
Los beneficios de una educación permanente
Considerada como una actividad de aprendizaje durante toda la vida, la educación o formación permanente (también conocida como ‘Life Learning’) tiene un objetivo principal: “Mejorar y actualizar los conocimientos, las aptitudes y competencias de una persona”, señala Mario Pena, vicerrector de Formación Profesional para el Desempeño Profesional y Desarrollo Social de la UNED.
Y aunque este tipo de educación suele ir encaminada a la especialización de un área en concreto, también es muy útil para adquirir conocimientos más allá de lo académico. Por ello, el proceso de enseñanza es variado.
Dentro de la educación permanente se puede elegir la rama formal, como los cursos que se imparten en distintas universidades como la UNED o la UNIR, o también a través de los MOOCs, los cursos online y en abierto que permiten seguir una formación autodidacta y flexible. Con la situación actual, la educación permanente en su vertiente online resulta una opción útil para la formación del profesorado, ya que les ayudan a actualizar sus conocimientos y mantenerse al día acerca de las nuevas metodologías y contenidos desde cualquier lugar.
Así, y tal y como indica Pena, los beneficios de la educación permanente siempre van a estar ligados a la situación personal del estudiante (la posibilidad de ampliar su formación o incluso reorientar su vida laboral en un momento determinado) ya que se pueden abarcar distintas áreas relacionadas con las Humanidades, la Salud, la Ciencia...: “Se adquieren nuevos conocimientos, nuevas competencias y habilidades con las que abrirse nuevas puertas en el mundo laboral, además del desarrollo personal y social que toda esa formación implica”, destaca.
Pero, ¿de qué forma beneficia al profesorado? Javier Tourón es vicerrector de Innovación y Desarrollo Educativo de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), además de Catedrático de Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación. Este experto considera que la formación permanente es fundamental para el cuerpo docente ya que pueden investigar y conocer mucho más acerca de su área de conocimiento: “Permite al profesor ser funcional (ser capaz de hacer lo que se espera de él), eficaz (que sea capaz de lograr objetivos adecuados) y eficiente (que lo haga con el menor gasto o en el menor tiempo)”.
Para Tourón, son tres las áreas académicas que necesitan de una educación permanente: la científica, la didáctica o de tecnología educativa y la competencia digital. Este último punto lo señala como uno de los primordiales: “Hoy en día es imprescindible para favorecer el aprendizaje que debe ser adquirido por los alumnos y los propios profesores, dominar la tecnología digital aplicada a la actividad docente”. Y que, además, relaciona con el modelo TPACK (Technology, Pedagogy and Content Knowledge), con el que esas tres áreas de conocimiento se interrelacionan entre sí dentro del proceso de enseñanza.
Educación permanente, ¿clave para una nueva etapa?
Dichos beneficios también pueden reportar importantes avances en el proceso de aprendizaje que vendrá tras la crisis del coronavirus. “Solo estábamos preparados para una enseñanza en el aula, cara a cara, con un modelo que ha caducado hace tiempo”, destaca Tourón. Y por ello, el papel de los docentes y su formación será clave: “Los profesores más capaces y mejor formados estarán en condiciones de ser tractores del desarrollo de sus compañeros, creando una red de educadores conectados que promuevan un aprendizaje profundo”.
Pero, ¿cómo compaginar la formación con la rutina en el aula? Para Pena, es posible gracias a la flexibilidad y adaptabilidad de este tipo de formación para adultos: “Cuenta con una metodología adaptada a las necesidades de los docentes, que se pueden formar dónde y cuándo quieran, compatibilizando su vida personal y laboral”.
O lo que es lo mismo: la educación para toda la vida permite tanto a los docentes como a los centros educativos hacer frente a cambios y circunstancias que, como la crisis sanitaria, ha llegado a las aulas sin esperarlo: “Es el único modo de crecer en nuestra propia educación y promoción profesional y personal. Y es que en la profesión educativa, no estar en formación permanente es como nadar a contracorriente. Te arrastra sin remedio”, concluye Tourón.