Las bibliotecas continúan ocupando el mismo lugar que han tenido siempre. Se sigue acudiendo a ellas para consultar información, ampliar conocimientos y sacar material en préstamo para disponer de él en nuestra casa durante unos días. Aunque se crearon para guardar documentos y libros, a lo largo de su milenaria existencia han ido transformándose y evolucionando al mismo tiempo que lo hacían la cultura y la sociedad.
Por eso hace tiempo que dejaron de ser solo repositorios bibliográficos. Si uno es visitante asiduo de una, se habrá dado cuenta de que en ellas también se clasifican, guardan y almacenan otro tipo de soportes tanto en papel, es el caso de revistas y periódicos; como digitales, donde se incluyen cedés de música, películas e incluso videojuegos.
Ya en un estadio superior, la Biblioteca Nacional de España gestiona proyectos como la Biblioteca Digital Hispánica, la Hemeroteca Digital o el libro interactivo del Quijote. Y existen interesantes iniciativas como la Biblioteca Virtual de Patrimonio Bibliográfico, de la Subdirección General de Coordinación Bibliotecaria, o la reciente reforma del buscador web de las iniciativas parlamentarias del Senado, que es un proyecto de su departamento de Documentación.
Evolución desigual
La pregunta es si los centros educativos están sabiendo adaptarse al aumento del consumo de contenidos digitales. A día de hoy, como explica Eduardo de la Cruz Palacios, bibliotecario en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), “es difícil ofrecer una fotografía de la situación de las bibliotecas escolares en España. No hay informes recientes con carácter de diagnóstico”.
De la Cruz Palacios, también doctor en documentación, archivos y bibliotecas en la sociedad digital, cree que ”si las bibliotecas de los centros educativos quieren cumplir con la misión de apoyar al aprendizaje y a la enseñanza, deberán incorporar las nuevas casuísticas de materiales didácticos en las que los fenómenos de la conectividad, la inmediatez y la ubicuidad se dan ya por sentados”.
Reconoce que en este sentido hay diferencias en cuanto a las Comunidades Autónomas. Mientras que en algunas, como Andalucía, Galicia, Castilla-La Mancha y Cataluña, están haciendo un esfuerzo para impulsar este modelo; en otras, como Madrid, no se termina de dar el paso definitivo. La falta de un modelo unificado está detrás de estas diferencias, pero también “la carencia de un apoyo legislativo que provea los recursos, y la no integración y coordinación institucional de los profesionales bibliotecarios con los educadores”, señala De la Cruz Palacios.
En el caso de las universidades, sus bibliotecas llevan más de una década afrontando los retos que plantea la sociedad digital. “Se enfrentan a un nuevo modelo educativo, basado en competencias transversales y profesionales, que trascienden la transmisión y memorización de conocimiento”.
¿Por dónde empezar?
Para afrontar estos retos Eduardo de la Cruz Palacios señala, tal y como recoge en su artículo ‘Por qué las bibliotecas escolares españolas siguen ancladas en el pasado’ publicado en The Conversation, que el modelo de biblioteca escolar es el que está definido por el Centro de Recursos para la Enseñanza y el Aprendizaje (CREA).
“Va más allá de la competencia lectoescritora y los planes de lectura para situarse como una unidad de servicios que gestiona los documentos y recursos de información del alumnado, profesorado y centro educativo a través de bibliotecas digitales y esquemas de metadatos, que garantizan el acceso, la navegación, la reutilización y la preservación digital”.
Para evolucionar hasta CREA, la biblioteca escolar ha de gestionarse como una unidad con un presupuesto asignado y evaluar sus resultados, además de estar en consonancia con el proyecto educativo del centro. Es imprescindible estudiar a los usuarios, incluido alumnado, profesorado y familias; y gestionar la colección. Además de automatizar tareas mediante software de gestión bibliotecaria.
El doctor en documentación, archivos y bibliotecas en la sociedad digital remarca la necesidad de “diseñar y adecuar espacios bien señalizados para la distribución de la colección, la lectura, el rincón infantil, el catálogo en línea, los expositores y la zona informática”. Junto a la oferta de servicios bibliotecarios, como el préstamo, referencia, talleres, dinamización y extensión cultural. Y, por supuesto, tener horario suficiente y personal dedicado.
“El entorno digital en el que vivimos exige, además, que la biblioteca se desarrolle en la Web como una biblioteca extendida, facilitando espacios de conocimiento (acceso, contextualización, elaboración, ampliación y uso de información), de encuentro sociocultural (compartir experiencias, dialogar, debatir, respetar, escuchar y expresar opiniones), de reflexión y evaluación crítica, de crecimiento personal (aprendizaje y ciudadanía) y para la utopía (creatividad e innovación para la transformación del mundo)”.
“Para ello –concluye De la Cruz Palacios–, deben implementarse repositorios y servicios de referencia digital, portales web diseñados para el móvil, servicios de redes sociales, aplicaciones, clubes de lectura en la nube, catálogos en línea y herramientas de descubrimiento”.