La naturaleza como aula en el primer ciclo de Educación Infantil

María Francisca Úbeda Sánchez-Crespo comparte la siguiente experiencia que realizó durante su paso por el CAI La Granja de Ciudad Real. Sus protagonistas son niños de entre 8 y 13 meses, que experimentaron materiales, texturas y olores en un entorno muy especial: la naturaleza como aula en el primer ciclo de Educación Infantil. ¡Mirad!
Cuando hablamos de educación es inevitable que pensemos en ese tramo que abarca desde los 3 años hasta que cada uno decida. Un gran equívoco. Educación es ese periodo que abarca desde que nacemos hasta que morimos, o así podemos deducirlo de su origen ducere que significa “guiar o conducir” en el conocimiento. El periodo de 0 a 3 años, o primer ciclo de Educación Infantil suele ser poco conocido pero de gran importancia.
Remitiéndonos a Comenio y su “Escuela de Regazzo Materna”, y a María Montessori con “La mente inconsciente”, podemos ver que la educación en este primer tramo ha existido y es fundamental en esta primera infancia.
A partir de esta premisa se inicia mi experiencia, al frente de un aula de bebés, concretamente de 8-13 meses. Como defensora del contacto y despertar de la curiosidad para poder conducir a ese conocimiento me planteo cómo trabajar con los sentidos con estos niños.
Parto de un material sencillo, de la naturaleza, adaptado a su edad y bajo condiciones ambientales y agradables para ellos. Para ello, dispuse en el aula de diferentes cajas una seguida de la otra a modo de vagones con materiales de distintas texturas, pesos y olores: hierba, paja, tierra, almendrucos, piedras, hoja, y agua. Asimismo, elegí una música ambiental de fondo, luz tenue, y una única premisa: ¡a jugar!
Mi idea era que sintieran y experimentaran. Con estos materiales descubrieron diferentes texturas, percibieron distintos olores y dudosamente no comprobaron sus sabores.
¿Qué objetivos podría un educador trabajar con una actividad similar?
La actividad la llevé a cabo en el aula debido a que el tiempo no era lo suficientemente bueno para hacerla al aire libre, pero una experiencia así sería estupenda realizarla al sol y con los sonidos que nos ofrece el entorno, siempre que las condiciones y situación nos sean conveniente.
Obviamente, no podemos corroborar, ni evaluar el efecto que esta actividad les produjo, pero sí que sus ganas de coger, arrojar, mezclar, volver a coger, y así experimentar sucesivamente fueron insaciables e incansables.
No lo dudéis educadores, si tenéis una idea, si queréis que en vuestro aula se sienta, se experimente, se viva y construyan el conocimiento por ellos mismos llevadlo a cabo y realizar las actividades que más lo favorezcan. Si por ello os tachan de algo descabellado, o sin lógica, realmente pensadlo: ¿sé lo que quiero?, ¿es seguro y conveniente para mi aula? Hacedlo.