Hace algunos días que se ha permitido, después de un confinamiento obligatorio de unos cincuenta días, salir de casa en franjas horarias establecidas. Aunque una gran parte de la población se echó a la calle, deseosos de aire fresco, sol y de hacer ejercicio en un intento de retomar cierta normalidad en sus vidas y afrontar la desescalada, lo cierto es que otras muchas personas han optado por permanecer en sus casas por la incertidumbre y el miedo al contagio que ha provocado esta crisis de emergencia sanitaria de la Covid-19.
Algunos lo llaman el síndrome de la cabaña, pero no es más que un trastorno adaptativo que surge cuando te cambian bruscamente una situación, hay un reajuste y te sientes desprotegido. Lo peculiar de este trastorno adaptativo lo determina el miedo al contagio, el hecho de salir a la calle sin tener defensa alguna. Tanto es así que determinadas personas sienten la calle como algo amenazante y tienen la necesidad de volver a la seguridad que les reporta el hogar.
Miedo al contagio
Esta pandemia es algo nuevo y desconocido, por lo que es completamente normal sentir algo de preocupación por la incertidumbre, pero no todos gestionamos las emociones de la misma manera. Algunas personas pueden experimentar ciertos síntomas de ansiedad, un poco de mareo o agorafobia cuando salen a la calle. Lo hacen con miedo o se dan la vuelta inmediatamente y suben a sus casas. Si este es tu caso, tranquilo. Es perfectamente normal y se supera.
La mejor manera será ir poco a poco, de manera progresiva, cada día un poco más. Primero salir a la esquina, luego a la tienda. Pero, además, se deben ir normalizando los sentimientos de angustia y miedo, entender nuestras emociones y reacciones y si fuera necesario pedir ayuda (ya sabéis donde podéis encontrarme).
De todas maneras, el ser humano tiene una capacidad de adaptación descomunal. Nos hemos adaptado al confinamiento y nos adaptaremos a retomar nuestra vida normal con tareas de higiene reiterativas y extenuantes.
Responsabilidad en la desescalada
Por otra parte, quiero también hacer referencia a la otra cara de la moneda. La de muchos de vosotros que os habéis lanzado a la calle sin miedo alguno y con los riesgos que conlleva esa actitud. Sabemos porque nos lo dicen a menudo todos los medios, que el virus sigue ahí acechando y que la desescalada es para ir recuperando progresivamente la normalidad perdida, pero con garantías de éxito. No a lo loco. Me están llegando comentarios de algunos de vosotros que me contáis que cuando estáis con los amigos os relajáis y que os cuesta tomar medidas porque os sentís raros.
Algo así como que si os ponéis la mascarilla o no os acercáis para chocar la mano, parece que dais el mensaje de que estáis contagiados o que ellos lo están y no queréis que se te acerquen.
Os debatís entre la responsabilidad y los acercamientos físicos que desafían las normas. Todo propio de la edad, pero el contacto físico es inaceptable en estos momentos tan delicados y donde corre mucho riesgo nuestra salud y la de los demás. Se entiende perfectamente que hace buen tiempo, que llevamos muchos días de confinamiento obligado, pero hay que realizar las salidas con la cabeza, además de con el corazón.
Lanzarse al vacío sin red no es la opción ahora. Nos permiten salir, sí. Pero hemos de tomar las medidas, aunque todo nos resulte un poco raro. Raro es ver a una pareja al que hace más de 8 semanas que no ves, y no abrazarla o besarla; raro es no chocar la mano con tu mejor amigo o no sentarte en el parque junto a tus amigos a escuchar música y ver quién dice el disparate más grande y las consiguientes risas… Raro es todo eso. Pero más raro se hará ver vídeos y fotos en el móvil con esa persona tan especial a la que no verás más porque ha perdido la vida por el contagio.
De vez en cuando, hay que pararse a reflexionar si es eso lo que quiero o me doy una tregua para satisfacer de la forma que me gustaría todos mis deseos, más adelante, cuando todo esté más controlado. Esta situación no es una broma, por mucho que algunos se empeñen en no darle importancia.
Disfrutar de las pequeñas cosas
Cuando te toca de cerca ya no hay marcha atrás, así que vamos a disfrutar de las pequeñas cosas que tenemos ahora y que hemos aprendido durante este tiempo. Hemos crecido como personas y hemos madurado a marchas forzadas porque no nos quedaba otra opción.
Por tanto, os animo a observar los ojos de la otra persona, esa sonrisa que no se ve bajo una mascarilla, pero que sabemos que está ahí, a tocarnos con el pensamiento más que con el tacto, a sentirnos con el corazón. El resto de cosas llegarán, dentro de poco, pero hay que seguir aprendiendo con paciencia y estar serenos. Lo disfrutaremos mucho más cuando llegue.
El tiempo en familia puede desgastar. Lo sé. Porque las relaciones son difíciles, pero también sé que os habéis fortalecido con ellos. Así que observad y quedaos con la parte positiva. Nos conocemos más y sabemos con quién contamos en los momentos difíciles.