La educadora, escritora e investigadora social Tania García indaga desde hace años en una educación consciente y respetuosa con el alumnado y su conclusión es clara: los niños y adolescentes necesitan ser tratados con amor, respeto y calma para conseguir todos los objetivos que se propongan, tanto en el presente como en el futuro. Por ello, cree que para conseguirlo la educación emocional en las escuelas es totalmente necesaria, aunque también opina que “es un parche ante una sociedad que reprime, silencia y esconde sus propias emociones”. De inteligencia emocional y de cómo afectan las emociones a problemáticas como el acoso escolar nos habla en esta entrevista.
Pregunta: En sus libros ayuda a las familias a entender emocionalmente a sus hijos. ¿Cuáles son las razones por las que a ciertas emociones (como el miedo o la tristeza) no se les suele dar la importancia que merecen?
Respuesta: En realidad, a ninguna emoción se le da la importancia que verdaderamente tiene. Las emociones son esenciales para nuestra supervivencia y desde la infancia y la adolescencia se nos ha enseñado a silenciarlas, reprimirlas y esconderlas. Eso nos ha hecho alejarnos de ellas y del propio autoconocimiento, llevando a la práctica una educación emocional nula. En el caso de emociones como el miedo, la frustración, los nervios o la tristeza nos encontramos cómo, además, se les ha añadido una etiqueta: la de emociones negativas, teniendo por tanto un estigma social que lleva a los adultos a verlas como algo malo y a evitarlas cuando los pequeños las experimentan, incluso cuando forman parte de ellos mismos.
P: ¿Cuál es el primer paso para respetar todas las emociones que sienten (pero que en ocasiones no expresan) los menores?
R: Conocer la importancia de todas y dejar atrás los prejuicios ‘adultocéntricos’ que asocian la expresión de alguna de ellas como un problema a evitar. Por tanto, ni se deben reprimir, ni silenciar, ni mucho menos verlas como algo que debe ser modificado. La principal razón por la que un menor no va a expresar algo que siente es porque previamente ha sido juzgado al hacerlo, y esto conlleva que no se desarrolle cerebralmente de manera saludable.
P: Con la nueva ley educativa, la educación emocional tiene un peso importante en las aulas. ¿Cuál es la forma correcta de abordarla? ¿Cree que los docentes necesitan formación específica?
R: Bajo mi punto de vista, es solo un parche social más. ¿Cómo vamos a enseñar educación emocional si las personas adultas no somos conscientes de lo que son y de lo que realmente implican las emociones? Queda mucho por hacer y aunque hay avances, el peso del ‘adultocentrismo’ continúa ejerciendo todo el protagonismo. No solo los docentes necesitan una formación específica, sino todas las personas que conformamos la sociedad y que hemos integrado desde nuestras propias infancias que no se debe llorar, que gritar de frustración es incorrecto, que el enfado no está bien, la rabia debe apagarse, hay que ser valientes… Cuestionarnos esto y aprender sobre la evidencia científica y social es la base para comenzar a formar interiormente una educación emocional real que impacte directamente tanto en la infancia como en la adolescencia.
P: ¿Cuáles son los puntos clave que deberían conocer y aprender todos los estudiantes en educación emocional?
R: Principalmente que ninguna emoción es positiva ni negativa, que todas son lícitas y que deben ser acompañados con ternura, ética, respeto y amabilidad mientras las expresan y experimentan. Las emociones no pueden ser etiquetadas con un adjetivo ni con un color, ya que de esta forma integramos un estigma para con ellas que nos influye e impera en nuestra forma de relacionarnos y de comprender nuestro mundo emocional. Todas las emociones nos pertenecen como seres humanos y debemos aceptarlas, experimentarlas, escucharlas, conocerlas y ser acompañados correctamente cuando somos niños o adolescentes, de esta manera, tendremos una óptima educación emocional, presente y futura.
Por eso es necesario que las personas adultas también las trabajemos día a día. Ahora ya no nos pueden acompañar nuestras figuras de referencia, ni debemos esperarlo, nuestro cerebro ya tiene otra capacidad y necesidad, pero sí podemos aprender a autoconocernos, autoacompañarnos y reeducarnos emocionalmente, sabiendo qué hacer con cada una de ellas según la situación, sin dañar a nadie ni dañarnos.
P: Usted sufrió acoso escolar cuando era niña y adolescente, ¿cómo debe ser el acompañamiento emocional en los menores que sufren bullying?
R: En primer lugar, debemos entender que el acoso escolar se puede prevenir para cualquier perfil: acosador, víctima y ‘espectador’. Eso sí, para eso debemos ser una sociedad formada en no violencia y en comprender que el abuso de poder de las personas adultas hacia la infancia y adolescencia es el principal precursor del acoso escolar. Como madres, padres y profesionales, tenemos la responsabilidad de cambiar nuestro trato hacia la infancia y adolescencia para propiciar la erradicación de la violencia entre iguales. Una vez ocurre el acoso, debemos, desde el primer momento, dedicarle la máxima importancia y prioridad, tengan el perfil que tengan, puesto que todos son víctimas de un propio proceso social ya que en la infancia y adolescencia no hay maldad innata, sino adquirida. Por tanto, hay que llevar a cabo un proceso integral familia-escuela en el que todo se transforme y se reconstruya, por supuesto, empezando por liberarnos de la violencia al educar.
P: ¿Cuáles son las carencias emocionales de un estudiante que ejerce el acoso contra otro?
R: Cuando somos violentos, es porque hemos aprendido a serlo, igual que cuando lo son con nosotros; hemos aprendido la sumisión. Las carencias emocionales, personales y sociales que se arrastran son muchas, como digo, es el abuso de poder de los adultos hacia la infancia y adolescencia lo que integramos como óptimo y lo que nos lleva a repetir patrones.
En muchas ocasiones, un ambiente familiar o escolar violento puede ser comprendido como situaciones físicamente violentas (que puede darse también), pero en la mayoría de casos, esa violencia es simbólica y está socialmente aceptada a través de gritos, chantajes, castigos, manipulaciones, comparaciones, etiquetas, represiones… que hace que los niños y niñas reproduzcan e integren como normales estas formas de relacionarse.
P: En el caso de las familias, ¿qué papel deben adoptar cuando su hijo es el acosador?
Hay que comprender que el acosador también es una víctima y que necesita una reeducación y acompañamiento total para desaprender la violencia de su sistema de creencias y relaciones, para deshacerse del abuso de poder para relacionarse. Es necesario un trabajo muy profundo familia-escuela y con profesionales especializados en la materia, algo que tradicionalmente tampoco se ha tenido nunca en cuenta, ya que se tiende sistemáticamente a culpabilizar al acosador, expulsarle y hacer un juicio social. Esto solo le llevará a seguir en el mismo bucle de violencia.
P: ¿Qué papel juegan las pantallas y las redes sociales en el ámbito emocional de los niños y jóvenes?
R: Es su pan de cada día e intentar ir en contra de la evolución del ser humano es un error. Otro de los grandes errores, muy común además, es echar la culpa de todo lo que ocurre con la infancia y adolescencia a la tecnología. Por ejemplo, si unos adolescentes violan a una niña de 10 años, no podemos echarle la culpa al porno (que también, indudablemente), pero… ¿cómo han sido acompañados estos niños para que integren este trato hacia otra persona? ¿Por qué han asumido el abuso de poder como algo óptimo? ¿Qué les lleva a pensar que las relaciones sexuales son así? ¿Cuál es el tiempo de consumo tecnológico y por qué no ha tenido supervisión adulta? ¿Por qué no ha habido guía y orientación? ¿Cuál ha sido la educación sexual que ha tenido?
Cuando educamos en la obsesión por la autonomía prematura y una adultez antes de tiempo, tiene como consecuencia directa una sociedad desconectada de la infancia y adolescencia en la que vivimos. Familias, docentes y profesionales debemos trabajar por unos límites y consumo adecuados de las pantallas y una confianza y vínculo tal, que seamos los adultos quienes educamos, hablando de todo y de todos, a través de la ética en todos los sentidos, y no dejar en manos de la tecnología nuestro cometido. Por último, de nada sirve pretender que nuestros hijos pasen menos tiempo en las redes o con las pantallas, si nosotros los consumimos con adicción y obsesión, desconectando del aquí y el ahora, y de las personas que más amamos.