“No hay que dar la espalda a los cambios aunque supongan reaprender”

En esta entrevista, Eva Bach y Montse Jiménez defienden la necesidad de emplear la tecnología como herramienta para educar a los adolescentes.

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Eva Bach Y Montse Jiménez

¿Alguna vez te has preguntado cómo comprender y hacer que los adolescentes de hoy te comprendan? ¿O cómo educarles de la mejor manera posible en un mundo que se presenta cambiante? Eva Bach y Montse Jiménez son educadoras y madres y han unido su experiencia a la opinión de más de 1.500 jóvenes en el libro ‘Madres y padres influencers’. En él presentan 50 herramientas prácticas para entender los conceptos y actitudes de la Generación Z (estudiantes nacidos entre 1994 y 2010), y otras para conseguir llegar al corazón de los adolescentes, ser una figura influyente para su desarrollo y reaprender a educar.

Pregunta: ¿Deberían manejarse con soltura los padres actuales en las nuevas tecnologías?

Respuesta: No solo eso, sino que deberían estar por delante de sus hijos en todos aquellos aspectos que conciernen su educación. Deberían disponer de aquellas habilidades, recursos y herramientas que los ayudaran a hacer un buen guiaje y orientación en aspectos esenciales para el buen desarrollo de la persona.

En nuevas tecnologías, seguramente será muy difícil estar por delante en habilidades técnicas, pero quizá no sea este el objetivo sino el preguntarse cómo acompañar a nuestros hijos en la gestión del tiempo, el desarrollar pensamiento crítico, el educar en el saber elegir… Lo que está claro es que no hay que dar la espalda a cualquier tipo de cambio aunque para nosotros suponga el desaprender para reaprender de nuevo. Debemos estar por delante en madurez en general y en madurez emocional en particular, y también en cuanto a lucidez, a aportar sentido y a representar modelos de vida coherentes y atractivos.

P: ¿Qué diferencias guardan los adolescentes de hoy con los de hace 30 años?

R: En la adolescencia concurren tres tipos de factores: en primer lugar, los naturales de la propia etapa psicoevolutiva. Estos son los mismos que hace 30 años. Por ejemplo, el pleno despertar vital y la necesidad de tomar las riendas de la propia vida que la adolescencia supone, con las emociones intensas y complejas que todo esto conlleva. En segundo lugar, los factores contextuales propios de cada época: sociales, culturales, políticos, económicos o laborales.

Estos varían y actualmente estamos ante cambios de paradigma muy grandes a todos niveles. Estamos creando nuevos modelos no solo de relación interpersonal, ciudadanía y participación democrática o conciencia ecológica, que ahí es nada, sino incluso un nuevo modelo de un ser humano metaconectado y emocionalmente consciente e inteligente. Y tenemos ya a muchos adolescentes comprometidos con esta labor. Finalmente, los factores familiares y personales, absolutamente singulares y diferentes en cada caso, que les hacen únicos e irrepetibles.

Eva Bach Y Montse Jiménez. Padres Y Madres Influencers

P: ¿Qué papel ocupa el smartphone en la educación de los jóvenes?

R: Para educar, en cualquier etapa, es necesario en primer lugar amar a quienes educamos y también amar la educación y la vida. Y ser capaz de hacerlo con saber y a la vez con sensibilidad, con un propósito orientado hacia la bondad, la belleza, alegría, empatía, generosidad, solidaridad, honestidad, dignidad, respeto y otros muchos valores. Lo primero que hay que tener es todo esto. Quien lo tenga, educará bien con smartphone o sin él. Aunque bien es cierto que hoy en día dejar a un joven sin smartphone, si lo desea y sus coetáneos lo tienen, introduce un factor de desigualdad en el acceso al mundo global y a la conexión con otros, que generará miedo a quedar excluido y sufrimiento puesto que comunicarse, sentir que perteneces y ser visto o reconocido es importante en cualquier etapa de la vida y en la adolescencia mucho más.

Por otro lado, podemos tener el mejor smartphone del mercado y no estar a la altura de lo que los jóvenes necesitan. Tener un smartphone por el solo hecho de tenerlo no garantiza nada. Si es una plataforma para acercarnos a nuestros jóvenes, saber qué les interesa, qué ven, qué se descargan y cómo interactúan, entonces es una buena herramienta. No tenerlo por el solo hecho de desconsiderar la herramienta y lo que implica nos puede alejar de la realidad no solo de los jóvenes sino de nuestro entorno y de un mundo que inevitablemente está hiperconectado.

P: ¿Qué consejo le daríais a las familias que no estén al día en las nuevas tecnologías?

R: Que se acerquen a los adolescentes de su entorno, que vean en la tecnología las oportunidades que puede ofrecer. Que se preocupen por el entorno virtual en el que sus hijos se mueven. Solo así podremos hacer el acompañamiento necesario e imprescindible para evitar el ser absorbidos por el ‘lado oscuro de las tecnologías’, que existe y que no deja de ser ‘el lado oscuro’ de las personas, solo que magnificado y aumentado por las posibilidades de la herramienta.

Si no están al día por miedo, que piensen que los peligros de la tecnología se neutralizan y previenen adquiriendo y desarrollando en los jóvenes una serie de habilidades emocionales y sociales, así como una serie de actitudes y valores éticos indispensables para la vida (tanto online como offline). La educación siempre ofrece más garantías que la evitación. 

Si no se acercan por desconocimiento o desinterés, entonces les recomendaríamos que se acerquen y que intenten descubrir qué buscan y qué encuentran los jóvenes en ellas, porque solamente desde el conocimiento, el interés y la sintonía emocional con ellos (desde nuestra dimensión común de personas), lograremos ser referentes válidos y creíbles para educarlos.

P: ¿Grupos de WhatssApp de padres sí o no? ¿Por qué?

R: El problema no son los grupos de WhatsApp. El problema es el uso que hacemos de ellos. La interacción debería de ser siempre constructiva, positiva, asertiva y respetuosa, entre otras.

Y, por encima de todo no debería usarse para demonizar la escuela o el profesorado, ni para desmerecer la tarea educativa sino para reforzar nuestro vínculo, nuestra comunicación. Tampoco deberían de ser la agenda escolar de los deberes de nuestros hijos. Con estas actitudes les invalidamos y además no favorecemos para nada una educación responsable y autónoma.

Es importante preguntarse por qué y para qué, y en caso de que se decida hacerlo, establecer unos criterios y acuerdos previos muy claros para que sean una herramienta que contribuya a fortalecer (y no a entorpecer) una buena comunicación y relación entre familias y escuela, y un buen clima de grupo y de aula. Son indispensables requisitos como la autocontención emocional, la asertividad y el hablar con corrección (una buena norma es hacerlo como si el docente estuviera en el grupo aunque no esté), o tener claro que la función tiene que ser simplemente informativa y circunscrita a la escuela. Si no, se pueden convertir en un contrapoder, en la peor versión de un patio de vecinos, en un festival de emociones desenfrenadas o en una herramienta de sobreprotección e irresponsabilización de los hijos antes sus deberes y tareas escolares.

P: Afirmáis en el libro que, además de las nuevas tecnologías, hay otros conceptos que es necesario aprender como ‘poliamor’, ‘Tinder’ o ‘rayarse’. ¿La educación que nos dieron nuestros padres en casa ha quedado totalmente obsoleta?

R: Estos conceptos son palabras que lo que hacen es definir nuevas maneras de ver, vivir y entender el amor, las relaciones, el vínculo o la comunicación. La educación de nuestros padres era la educación de los tiempos de nuestros padres. En el libro citamos al pensador y filósofo Michel Serres cuando dice: “Antes de enseñar cualquier cosa, a quien sea, al menos es necesario conocerlo. ¿Quién entra hoy en la escuela, en el instituto, en la universidad?”

Sin embargo, la transmisión de valores universales, esenciales para la vida, no está nunca obsoleta. Y a todas las generaciones sin excepción, nuestros padres, maestros y mayores nos los han transmitido. Esos mensajes hay que identificarlos, reconocerlos y pasarlos a las nuevas generaciones. Cualquier nueva forma de relación debe apoyarse en ellos y ceñirse a una serie de criterios fundamentales. Si sufrimos o hacemos sufrir, vamos mal. Si nos lastimamos o herimos a otros, o bien lo negativo pesa más que lo positivo, o lo que vivimos nos resta alegría, fortaleza, plenitud, dignidad, empatía, habrá algo que aprender y reconducir, y tenemos la responsabilidad moral de hacerlo.

P: También habláis sobre la importancia de acompañar y no imponer: ¿qué consecuencias para el desarrollo del menor puede traer una educación demasiado autoritaria?

R: Una educación demasiado autoritaria se basa en una emoción muy poderosa que es el miedo. Se puede aprender desde el miedo, por supuesto, pero hoy en día la neuroeducación nos muestra que se aprende mejor desde el placer y la alegría. Ambas contribuyen mejor a la motivación, a que sea más significativo y se grabe mejor lo aprendido, y a poder recuperarlo y utilizarlo más eficazmente. Pero es que además, es mejor educar por la alegría de educar que educar para imponer deberes u obligaciones. Si nuestro único empeño en enseñar cosas y que nos obedezcan, lo vamos a pasar mal todos. Si en cambio tratamos de crear y compartir instantes bonitos de vida mientras educamos, no solo van a aprender mejor, sino que vamos a disfrutar más de la vida y del regalo de tenernos. Muchas veces somos inflexibles porque estamos tan obcecados en cómo tienen que ser el día de mañana, que nos olvidamos de disfrutarlos cómo son hoy. La vida ya es, no es algo que será cuando terminemos de educarlos.

P: ¿Cómo conseguir que los padres se conviertan en esa figura ‘influyente’ que los adolescentes asocian a personas que salen en las redes sociales?

R: No hay que conseguirlo. ‘Influencers’ ya lo somos y así lo ratifican los propios chicos y chicas a los que hemos entrevistado para nuestro libro. Hemos escuchado a 1.500 y hemos constatado que un 75% siguen a uno o más influencers. Pero sorpresa. Cuando les preguntamos a quién admiran de su entorno cercano, un 80% responden a alguien de su familia. Padre y madre suman el 60% y luego hay abuelas/os, tías/os, etc. Además, sabemos que la influencia de la familia, sumando herencia y ambiente, genética y educación, suma más del 50%. Por tanto, nosotros ya somos sus primeros y primeras influencers. Y con nuestro libro lo que pretendemos es, por un lado, que padres, madres, educadores/as y familia en sentido extenso se lo crean. Y, por otro, ofrecerles herramientas para que ejerzan la mejor de las influencias, que tengan conocimientos, claridad y recursos personales para que las cosas bonitas y buenas que tienen que pasar en las vidas de los jóvenes, pasen. Para ello hay que empoderarles para que sean ellos y ellas quienes puedan elegir las mejores influencias para sus vidas.

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