¿Alguna vez te has preguntado por qué sientes lo que sientes o cómo el mundo influye en tus emociones? Esta pregunta fue la que motivó a Carlos López Caubín, más conocido como Carrot Aventure, a estudiar psicología y después a crear el proyecto ‘Psicología en 1 minuto’. A través de esta iniciativa divulga sobre salud mental y cuestiones relacionadas con la mente y las emociones mediante pequeñas píldoras de vídeo que difunde en sus perfiles de redes sociales y en su canal de YouTube. Carrot Adventure es uno de los expertos que acudirá a SIMO EDUCACIÓN 2024, donde impartirá la conferencia ‘Por qué tus alumnos deberían ser mano de obra industrial’ el 20 de noviembre a las 11:00h. En ella, hablará sobre los beneficios de la disciplina a la hora de crear grupos de trabajo eficaces, reducir los niveles de acoso escolar y mejorar el rendimiento colectivo.
Pregunta: ¿Cómo influye la salud mental en el proceso de aprendizaje de los estudiantes?
Respuesta: Si tuviera que decir en líneas generales cómo influye la salud mental en el proceso de aprendizaje, diría que es esa parte que permite a las personas enfrentar los cambios de las distintas etapas con la mejor predisposición posible. Algo así como tener el motor de un coche bien revisado antes de un viaje largo. El viaje te lo vas a comer igual, pero no es lo mismo enfrentarlo preparado, que con un motor en mal estado.
P: ¿Qué señales de alerta deberían los docentes observar en su alumnado para detectar problemas de salud mental a tiempo?
R: Lo cierto es que el ser humano está de alguna forma ‘configurado’ para detectar problemas de salud mental. Por norma general, es esa sensación de incomodidad que se activa cuando conocemos a alguien que nos parece ‘rarito’. Esto es biológicamente maravilloso, porque es un recurso que tenemos para detectar unas cosas que son fundamentales a la hora de apreciar problemas de salud mental: aquellas conductas que se salen de la ‘normalidad’.
¿Pero qué es la normalidad en psicología? Nosotros llamamos normalidad a todas las conductas que nos ayudan de forma eficaz a, en esencia, adaptarnos adecuadamente al entorno. Si estás en clase y ves que cuando preguntas a un estudiante agacha la cabeza, se queda callado y no responde aunque le preguntes activamente, tienes ‘olorcillo’ a problemas de salud mental. O si estás en clase, planteas un debate y un chaval tiene como primer recurso insultar a la otra persona, también puede ser un signo de ello.
Las señales que se deben buscar están justo detrás de las conductas que te llevan a sacar conclusiones precipitadas de las personas. Ahí es donde está bombeando tu mecanismo de supervivencia. Porque estás observando cosas que se salen de la norma y tu cerebro quiere alejarte de esas personas para protegerte. Algunas situaciones de ejemplo pueden ser: “Qué pesado es este niño, no sabe cuándo callarse” (¿pocas habilidades sociales?) o “Madre mía, me toca otra vez con el que no deja de molestar a los compañeros” (¿necesidad de atención?).
P: ¿Y cómo pueden los docentes enseñar a los estudiantes a ser más resilientes frente a las dificultades emocionales?
R: La resiliencia se define como “capacidad de adaptación de un ser vivo ante un agente perturbador” y, sinceramente, comparar nuestras emociones y los vaivenes emocionales que tenemos con algo que hay que aprender a soportar y adaptarse a ello ‘hasta que pase’, para mi es una tontería. Las dificultades emocionales en este caso son básicamente emociones que tenemos adscritas a momentos poco agradables, pero es que esto es maravilloso, porque no hay que aguantarlas, hay que entenderlas para resolver los conflictos que nos están señalando. Porque para eso están, para ayudarte a detectar las cosas que no te hacen bien. A mi me encanta enfadarme. ¿Lo paso regular? Claro, porque es una emoción que sirve para indicarme qué debo destruir, pero gracias a comprender esa emoción me enfrento a la injusticia y no permito que nadie abuse de mí.
Los profesores no tienen que enseñar a nadie a ser resiliente con sus emociones. La resiliencia hay que enseñarla para enfrentar situaciones externas que suponen un problema o una dificultad y que no queremos que nos hundan. Si alguien quiere enseñar a sus estudiantes a hacer frente a sus emociones, lo que debería hacer es aprender para qué sirven, enseñarlo y luego enfatizar que esta escucha activa será de utilidad cuando sean fieles a lo que sienten y al análisis de la realidad que viene con esta escucha. Si te enfadas, respira, observa qué te parece injusto y enfréntalo. Si te entristeces, piensa en lo que has perdido y trata de averiguar por qué era importante para ti. Si algo te da asco, aléjate, analiza por qué y asegúrate de que nadie te ha inducido pensamientos sesgados que puedan alejarte de personas que no son fuentes de enfermedad para ti. Esto no es resiliencia, esto es comprensión, entendimiento, capacidad, fortaleza y técnica, técnica y más técnica.
P: Por otro lado, ¿qué consejos daría a los docentes para cuidar su propia salud mental y evitar el agotamiento emocional que en muchas ocasiones sufren?
R: Les diría que deben proteger su salud mental por encima de lo que la sociedad les está imponiendo como responsabilidad, cuando no la tienen. Hoy en día la hiper permisividad que se da a los adolescentes y el constante acceso a redes sociales está, en mi opinión, provocando que cada día sean ‘más adolescentes’. En una etapa en la que la corteza prefrontal se está desarrollando, es absurdo a todos los niveles anular los límites, no incidir en el trabajo de la disciplina y tratar al que no se adapta como si fuera un alma en pena a la que tenemos que cuidar para que no se rompa. Más aún con la llegada de un montón de patologías inventadas por creadores de contenido y la proliferación del autodiagnóstico. Ahora en las aulas ya no hay solo adolescentes, sino un abanico maravilloso de cerebros embobados por la dopamina, completamente dependientes de lo que otras personas opinen de ellos y adictos a ser originales perteneciendo al grupo A, B o W.
Mi consejo para los docentes que quieran cuidar su salud mental es simple, pero complejo en su ejecución: reúnanse ustedes en la sala de profesores, acuerden una serie de normas, límites y estilos de afrontación que van a poner en marcha en equipo como institución y conviertan el entorno en un lugar donde se premie el esfuerzo y se castigue todo lo que no quieran ver proliferar. Fórmense en la resolución asertiva de conflictos, manipulen el sistema de incentivos para que los estudiantes deseen cooperar y castiguen al disruptor y así, con mucho esfuerzo, crearán un entorno donde su salud mental no esté en jaque.
P: Desde su experiencia como psicólogo, ¿qué estrategias educativas pueden mejorar el bienestar emocional en las aulas?
R: La estrategia que mejor funciona es la creación de un sistema de incentivos y castigos que fomente el deseo por la cooperación y la participación activa y castigue la disrupción. Habrá quien esto lo identifique con políticas de ultraderecha, otros lo harán con políticas de ultraizquierda, pero redes sociales como Tik Tok o Instagram han demostrado sobradamente que funciona.
Les pongo un ejemplo: “en este aula la actitud representa 1,5 puntos de la nota total de las asignaturas. No obstante, esta nota se le pone al grupo como colectivo, no al individuo. Aquellos que participen resolviendo preguntas, ayudando a otros compañeros y demás, obtendrán una subida de puntaje para todo el aula. Aquellas personas que denigren a otros compañeros, no hagan las tareas enviadas para casa o profieran insultos, bajarán la media de todo el grupo”. Lo que vas a provocar es que sea el propio grupo el que regule las conductas, porque todo el mundo quiere perseguir la zanahoria cuando tiene hambre. A lo anterior pueden sumarse premios y castigos más estables que el grupo perciba como ‘beneficios o perjuicios desbloqueables’.
Por ejemplo, a un grupo que esté demostrando buena actitud podría beneficiarse de 10 minutos más de recreo y a un grupo que esté presentando mala actitud, restárselo. Todo esto acompañado de educación en emociones y el diálogo abierto hace que los adolescentes tengan un entorno de referencia que les incentiva a estabilizarse. Y por lo tanto, la estabilidad llega.
P: ¿Qué importancia tiene la empatía en el contexto educativo actual y cómo se puede fomentar en los estudiantes?
R: La empatía hoy día brilla por su ausencia más que nunca. Nuevamente debido a la protección que las redes sociales brindan a quienes intentan hacer daño ocultando su identidad detrás de una pantalla. Los problemas de propagación de fotos de índole íntima, el ciberacoso y otros elementos de estas características suponen cada día un reto más grande así que, efectivamente, el entrenamiento en empatía podría suponer una enorme barrera para estas conductas.
¿Cómo fomentarla en los estudiantes? Primero hay que saber lo que es la empatía: la capacidad de ponerse en el lugar de otra persona. Para fomentar esto, tenemos varias opciones que funcionan muy bien: debates con una buena moderación; sesiones de ‘debriefing’ al terminar las jornadas, lo que es básicamente un espacio donde el alumnado pueda poner en común cómo se han sentido a lo largo del día; formación en resolución de conflictos, es decir, crear espacios donde los alumnos puedan hablar cara a cara y resolver sus diferencias… Todo esto nos ayuda a fomentar conductas que llevan al alumnado a ponerse en el lugar de otras personas. Y luego está la estrategia que a mí más me gusta: básicamente crear empatía a base de sufrir los efectos de no tenerla, o percibir las recompensas de tenerla.
P: En sus perfiles de redes sociales difunde multitud de contenidos sobre salud mental, ¿qué papel cree que juegan hoy en día las nuevas tecnologías en la concienciación sobre los problemas de salud mental?
R: Por desgracia el trabajo de las redes sociales en salud mental es, entre otras cosas, empeorar el panorama. Sí, somos unos cuantos y muy buenos los profesionales de la salud mental que nos dedicamos a difundir información de calidad. Por desgracia, la información de calidad siempre supone un reto a la hora de relacionarla con entretenimiento mientras que, por otro lado, las recetas milagro, hacer el payaso o polarizar al usuario funcionan estupendamente.
Por eso prácticamente todo el mundo puede decirme quién es Llados o Mr tartaria, pero si le pregunto a la gente quién es psicología práctica, pocos podrán decirme quién es a pesar de tener millones de seguidores en redes. Y así, nos encontramos que el panorama de la salud mental online en España se fundamenta principalmente en un montón de gente con buen contenido luchando constantemente contra la atención exagerada que reciben personas que se dedican a soltar falacias, bulos y creencias pseudocientíficas sin ningún tipo de filtro y que acaban calando porque, seamos sinceros, las redes son un concurso de popularidad en muchos casos.
Y así estamos, que ahora resulta que el 90% de las personas a las que le preguntas creen que tienen “algo de tdah” o “algún componente autista” o “heridas de la infancia”. En mi opinión, el contenido de esta índole debería estar vigilado con lupa y los creadores que nos dedicamos a hablar de medicina, psicología, veterinaria, enfermería o cualquier rama que afecte a la salud de las personas, deberíamos estar verificados y distinguidos entre quienes estamos acreditados para la profesión y quienes se han leído cuatro libros y venden lo que a ellos les funciona.
P: Los casos de acoso escolar en las aulas son cada vez más alarmantes. ¿A qué cree que se deben? ¿Qué estrategias son claves para evitar que se sigan produciendo estas situaciones?
R: El acoso escolar ha sido siempre uno de mis focos principales de estudio y sobre él puedo decirte que hay varios elementos que lo sustentan y lo mantienen. En primer lugar, los centros no están diseñados para que acosar a los compañeros se desincentive a través del grupo, sino que el agresor suele conseguir puntos en el escalafón social a través de la vejación de los compañeros, a pesar de que en el centro se le pueda castigar de alguna forma.
Por otro lado, las familias no entienden que el móvil es un arma contra sus hijos y siguen fomentando que los tengan a edades inadecuadas, provocando que se vuelvan adictos a la aprobación social, con el riesgo que esto supone cuando ‘gustas más’ si te metes con otra persona o se desata un rumor viral y te sumas a la ola. Además, las víctimas no reciben entrenamiento en confrontación y habilidades sociales, por lo que acaban sintiéndose indefensas y suelen ser las que hagan el pato, ya sea cambiándose de institución o desarrollando inseguridades y problemas de salud mental.
En cuanto a las estrategias para frenarlo, vuelvo al tema del grupo y es que, para ser completamente sincero, en mi opinión hay que entender las instituciones educativas como organismos vivos. Los grupos que se forman dentro de ellas pueden distinguirse a distintos niveles y hasta que no se adapte el funcionamiento global a los intereses específicos de la institución, la cosa no va a cambiar. Para frenar el acoso escolar, hay varios elementos que han demostrado ser eficaces: trabajo de empatía a través de ejercicios que requieran cooperación; apostar por un ‘buzón vecino’, una herramienta para que los alumnos puedan denunciar casos de acoso que conocen, pero de forma anónima; nada de móviles en las aulas, estableciendo estrategias como centro que permitan combatir las falacias lógicas que mantienen a los padres con miedo a que sus hijos no lleven un ‘arma’ en el bolsillo (y con arma me refiero al teléfono); crear dinámicas de grupo que favorezcan la expresión emocional en el aula y que favorezcan la identidad de grupo sobre la experiencia individual; establecer un programa de recompensas que fundamente el éxito en el buen desempeño del grupo como colectivo y no la individualidad como vía para el éxito académico. Esto, por supuesto, no puede implementarse de la noche a la mañana, requiere de mucho trabajo, esfuerzo y dedicación.