En todo proceso de aprendizaje existe un elemento fundamental: la parte práctica, que es la que permite poner a prueba de manera directa los conceptos teóricos que se han aprendido y descubrir qué es lo necesario para llevarlos a cabo. Esta es precisamente la base de la metodología ‘learning by doing’, cuya traducción literal al castellano es ‘aprender haciendo’, y que propicia que el alumnado aprenda de los errores y saque conclusiones tras sus propias experiencias. Y, precisamente, la mayor diferencia con respecto a otros enfoques educativos más tradicionales es que la parte práctica se encuentra por encima de la teórica.
¿En qué consiste learning by doing y cuáles son sus beneficios?
Un estudio llevado a cabo por National Training Laboratories —una institución educativa sin fines de lucro— muestra que una persona aprende el 20% de lo que ve u oye; el 40% de lo que ve y oye; y el 80% de lo que experimenta o descubre por sí mismo. En este sentido, y tal y como afirmaba Roger Schank, uno de los principales valedores de esta metodología en una entrevista publicada en el número 28 de la revista EDUCACIÓN 3.0, el ejemplo de cómo se aprende realmente está en los niños: “Observe a un niño pequeño y averiguará todo lo que necesita saber sobre el aprendizaje. Todos tienen objetivos: quieren comida, cariño, jugar... Sus objetivos están detrás de lo que hacen y, cuando los alcanzan, recuerdan lo que hicieron y la próxima vez intentarán repetir ese comportamiento. Cuando no consiguen lo que quieren, lloran; aunque, por lo general, procuran averiguar qué falló para volver a probar. Los adultos aprenden de la misma forma. Cuanto más importante sea un objetivo para ellos, más esfuerzo y tiempo dedicarán en averiguar qué falló en el plan de ataque inicial y en solucionarlo para lograr lo que quieren”.
Por eso, los estudiantes que trabajan con la metodología ‘learning by doing’ deben experimentar una serie de etapas clave que les permitirán acceder a un aprendizaje completo a través de la experiencia: en primer lugar tendrán que observar activamente el problema o la situación planteada, de tal forma que sean conscientes de lo que están realizando y por qué lo están haciendo. Después, es importante que reflexionen acerca de sus acciones, con el fin de proponer diferentes ideas o hipótesis que les permitan interiorizar los ejercicios. Y, por último, que comprueben las conclusiones extraídas, las compartan (y comparen) con el resto de compañeros y sean capaces de aplicarlas en otras situaciones similares. “Aprendemos porque tenemos objetivos que queremos lograr y tropezamos con obstáculos para alcanzarlos. Aprendemos porque nos ‘sumergimos’ en algo y profundizamos en ello obsesivamente hasta que somos capaces de hacerlo”, continuaba Shank.
Y es que una parte fundamental para que los estudiantes aprendan a través de este enfoque es fomentar su autonomía, con el fin de que ellos sean los propios protagonistas del aprendizaje activo. Además, al apostar por la metodología ‘learning by doing’ se desarrollan multitud de destrezas: el pensamiento y el espíritu crítico, así como la toma de decisiones, al ser ellos mismos los que tienen que hacer frente a los problemas y buscarles soluciones; la creatividad, para conseguir resultados más originales; el fomento del trabajo en equipo, al tener que compartir y comparar los resultados con el resto de compañeros; o el fomento de la autoestima, gracias a la interiorización de la idea de aprender de los errores.
Así se aplica el learning by doing
Introducir esta metodología en las aulas no es algo nuevo: fue en la primera mitad del siglo XX cuando John Dewey y William Heard Kilpatrick, dos pedagogos norteamericanos, plantearon la idea de que “el aprendizaje se produce de mejor manera cuando es consecuencia de experiencias significativas, ya que esto le permite al estudiante ser copartícipe en la planificación, producción y comprensión de la experiencia”. Sin embargo, cada vez más centros educativos de todos los niveles apuestan por esta metodología como vehículo de enseñanza y aprendizaje. Un ejemplo de ello es Esade, una institución académica que forma parte de la Universidad Ramon Llull desde 1995 y que apuesta activamente por el aprendizaje activo. Así, toda su oferta formativa, entre la que se encuentran grados universitarios, masters y postgrados, se basa en la metodología ‘learning by doing’, haciendo hincapié en la innovación, la diversidad y la tecnología; además de centrarse en desarrollar habilidades como la toma de decisiones, el liderazgo, o la negociación.
“A diferencia de la enseñanza tradicional, el Aprendizaje Activo fomenta la participación del estudiante en las discusiones en el aula, así como la interacción entre estudiante y profesorado. En este sentido, el docente se convierte en un guía y facilitador del aprendizaje, contextualizando los conocimientos a situaciones reales del mundo actual y respondiendo a las necesidades de los alumnos a lo largo del proceso”, explican desde Esade.
De esta manera, algunos de los puntos clave de su proceso de aprendizaje se apoyan en conceptos como ‘Case-based learning’, que permite ponerse en la piel de un directivo para superar retos reales a los que se enfrentan las empresas; ‘Challenge-based learning’, para colaborar con profesorado y empresarios para superar retos ambientales, sociales y de economía sostenible; o ‘Evidence-based learning’, cuyo objetivo es aprender a sacar el máximo partido a tus aprendizajes analizando los datos sobre tu avance en las distintas actividades y asignaturas.
Este enfoque que caracteriza a Esade es clave para que los estudiantes salgan lo más preparados posibles al mundo laboral de hoy en día. Y es que, gracias a su apuesta total por la práctica, el alumnado es capaz de experimentar lo que es ser un trabajador o un directivo desde el primer momento que llega al aula, a la vez que con su trabajo fomenta destrezas esenciales para el mercado actual como el emprendimiento o las habilidades digitales y tecnológicas.
Un ejemplo de ello es el Grado en Dirección de Empresas de Esade, que combina la formación académica con el aprendizaje experiencial, sumergiendo al alumnado en la realidad del día a día de los negocios y permitiendo que se diferencie en el futuro, al conseguir un perfil profesional y una forma de trabajar muy valorados por las compañías. Así, dentro del aula, los estudiantes resuelven casos prácticos y participan en simulaciones empresariales, toman decisiones o crean empresas con objetivos y estrategias por definir e implementar. Y fuera de ésta, se forman de forma experiencial participando en ‘Business Games’ y en actividades organizadas por las asociaciones empresariales de Esade y por la Rambla de la Innovación.